Cómo ahorrar energía en este país
Si los sufridos asesores de nuestros políticos, agotados de tanto pensar buscando el bien del país (tanto que ya no saben en qué dar), abandonasen pantallas, encuestas y los juicios sumarísimos de cuatro cotillas en las redes sociales norteamericanas, y volvieran sus agostados ojos a nuestra Historia, descubrirían que el ahorro energético siempre lo hemos tenido al alcance de la mano con el botijo y el brasero. Reflexionen y caerán en la cuenta de la fuga de royalties que podríamos evitar cuando todo el mundo fuera con su botijito o su braserito individual a su puesto de trabajo (como los argentinos con el mate), o a las aulas, o al cine, o de compras…, por no hablar de las bondades salutíferas para el personal al tener que agacharnos obligatoriamente para atizar el brasero con la badila o al levantar el botijo por encima de nuestras cabezas para beber. No lo duden, porque además de echar una mano a la naturaleza para combatir el cambio climático, las beneficiosas consecuencias a corto y medio plazo de la utilización masiva de estos artilugios son legión: Se recuperaría la solidaridad perdida en la pandemia, al estar dispuestos a compartir el chorrito con otros ciudadanos (no hace falta señalar lo reprobable que sería chupar del pitorro); se limpiarían los montes y disminuiría el riesgo de incendio porque no sólo harían cisco con la poda de las encinas y picón con la de los olivos, sino con todo tipo de leña que saliera de limpiar los bosques; ayudaría a combatir el paro porque se necesitarían trabajadores para producir cisco y picón, para las alfarerías, comercios de cacharrería, hojalaterías…; se dispararía la creatividad porque, manteniendo su esencia y función, se podrían decorar con fundas de lana, dibujos artísticos, relieves barrocos, pintadas modernas, postmodernas y abstractas…; aliviaría las pesadumbres de los directivos de las distribuidoras y comercializadoras de gas y electricidad, de las petroleras y demás empresas energéticas, pobres gentes que se ven obligadas a subir las tarifas del gas, del combustible y de la electricidad muy en contra de su voluntad, que si por ellos fuera nos lo regalarían; cuando los extranjeros se percatasen de las bondades del sistema exportaríamos botijos, braseros, cisco, picón y mesas camillas con tapete, y equilibriaríamos el PIB; volveríamos a ser un ejemplo para el mundo y crecería el orgullo patrio, con lo que catalanes y vascos independentistas renegarían de sus manidas ideas y volverían a presumir de españoles. Y con las sobras de gas y electricidad podríamos socorrer a franceses y alemanes que andan como tres con un zapato. Percátense queridos lectores que no he hecho referencia ni a los abanicos, ni a la copita de orujo mañanero, ni a la manteca “colorá”, ni a los torreznos, ni a los periódicos debajo de las camisetas de franela, ases en la maga o remedios extremos a los que sólo habría que recurrir en caso de una galerna sahariana, de una avalancha descontrolada de danas o de una ola de frío siberiano que nos mandase un señor al que le dicen“el Putin”.