OPINIóN
Actualizado 05/08/2022 16:45:48
Concha Torres

Este es un verano de fuego. Del que arde en el monte (que maldito sea) y del que nos muestra el termómetro, que anda desbocado hacia arriba como si la caldera de Pedro Botero se colocara en cada cruce de calles. Los expertos distinguen entre ola y simplemente calor y me da que al que está a pie de obra le da lo mismo cómo se llame y sufre lo que no está escrito, independientemente de la denominación de origen de los calores en este verano de la escasez de mano de obra.

Que no hay camareros dicen; cosa que no me extraña en lugares donde hay que atender mesas llenas de clientes faltones y vociferantes (recordemos que en España el ruido es un derecho humano que recogerá la Constitución el día en que por fin se atrevan a reformarla) niños que corretean entre esas mesas y una temperatura que a mediodía supera los cuarenta; y todo ello por mil euros siendo optimistas y sin un triste día de descanso. Que los haya, a mi me parece hasta inaudito con semejantes condiciones laborales. Tampoco hay bomberos, porque a pesar de que tienen fama de estar bien pagados, hay que estar muy loco (y por supuesto muy bien pagado) para ir en dirección contraria a un sitio del que todo el mundo sale corriendo porque, mira por donde, hay fuego. No hay maleteros en los aeropuertos, ni mecánicos para los aviones, ni personal de pista, porque los que gestionan esas cositas de nada, pensaban que los aviones se iban a pasar diez años aparcados en el aeropuerto de Teruel y resulta que los aviones están haciendo lo que tienen que hacer, verbigracia: volar llenos de pasajeros con sus correspondientes maletas.

En breve no habrá barrenderos, porque ya se han muerto dos en Madrid porque barren en verano, a cuarenta a la sombra, prácticamente a la misma hora y con la misma ropa con la que barren en febrero. Y los repartidores de esas cosas que nos empeñamos en que nos traigan a domicilio (pizzas y hamburguesas mayormente) se llevan dos o tres euros por repartir, enfundados en monos y casco reglamentario, esos atracones de colesterol que más nos valdría ir a buscar nosotros mismos para hacer un poco de gasto calórico; con tamaño margen de beneficio, en pocas semanas si persiste el calor, llámese ola o no, tampoco habrá repartidores.

En Egipto, gracias a que tenían mucha mano de obra gratuita, que en aquel entonces se llamaban esclavos, construyeron unas pirámides alucinantes, con ola de calor o sin ella. Los romanos, refinados a la par que prácticos como ellos solos, añadieron a los esclavos los miles de prisioneros de guerra y así se levantaron templos, anfiteatros, acueductos y arcos de triunfo por doquier sin necesidad de negociar convenios colectivos. Ahora, a falta de esclavos, a las mentes preclaras que gobiernan nuestras autonomías calcinadas se les ocurre que los parados tienen que ir a limpiar el monte (al que se le ha ocurrido suponemos que pretende que lo hagan a pleno sol y gratis), y a los bomberos se les reparte un bocadillo con una rodaja de chorizo como islote en un mar de pan seco para que tenga que venir San José Andrés y su World Central Kitchen a remediarlo dándoles de comer decentemente.

De todo ese cúmulo de despropósitos, luego pretenderemos echarle la culpa al calor, que solo la tiene a medias. Del desastre de sociedad que estamos construyendo entre todos, con esos esclavos modernos a los que no queremos pagar lo que se merecen somos todos responsables; y ahí entran también los médicos, que se me habían pasado en los párrafos anteriores, y que nos pensamos que les ha tocado el título de médicos en una rifa de colegio, pero luego pretendemos que pasen cien consultas al día en una habitación a 35 grados, atinen a la primera con el tratamiento y, además, lo hagan de buen humor. Que si nos extinguimos, tampoco se pierde tanto, digo yo.

Concha Torres

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