OPINIóN
Actualizado 07/08/2022 10:22:44
Rubén Martín Vaquero

Alguien tiene que controlar que se cumple lo dispuesto

A nadie se le escapa que para conseguir los objetivos de ahorro energético que pretende alcanzar el Gobierno con las medidas aprobadas, se necesitarán personas que vigilen el cumplimiento de las normas e impongan las correspondientes sanciones a los infractores. Sería descabellado encargárselo a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que están de trabajo hasta las cejas; incongruente contratar a miles de personas, tras un costoso proceso de selección, si lo que buscan estas disposiciones es el ahorro; obvio, por lo que ustedes suponen, dejarlo en manos de las empresas de seguridad privadas. Entonces… ¿quién le pone el cascabel al gato? Algunos defendemos que los indicados serían las personas jubiladas. ¿Por qué? Porque en sus muchos años de empleo y cotización han demostrado honradez, capacidad de trabajo y entrega. No lo duden, el proceso de selección ya está hecho y las ventajas son abrumadoras porque no le costarían al erario público ni un céntimo, a excepción del termómetro (que no fuera de mercurio por el asunto de la seguridad en la tercera edad), de la gorra, la chapa con su imperdible, las gafas de corcho para el asunto de la luminosidad, el bolígrafo sancionador y la libreta de denuncias con cuatro copias autocalcables; una para el Ministerio del Interior, otra para el Ministerio de Justicia, otra para el Ministerio de Transición Ecológica y la cuarta para el interesado. Eso sí, nosotros sugerimos que las mujeres deberían llevar toquilla negra y medias de lana, y los hombres pelliza y marianos. Y para las denuncias a los domicilios privados podrían tomar ejemplo de épocas pasadas y darle termómetro, chapa, gorra, gafas y móvil gratis a una persona de cada portal, o en su defecto manzana, que fuese beneficiaria de las clases pasivas para que vigilara a sus convecinos y cuando fuera necesario los denunciase ante la autoridad competente. ¡Ah! Y los dineros recaudados irían íntegramente a rellenar el fondo de pensiones de la Seguridad Social que, según cuentan y no paran, tiene menos chicha que el tobillo de un jilguero.

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