Mi amigo Alberto ha estado unos días de vacaciones con su familia recorriendo Bélgica y Holanda y a su regreso me comentó que había constatado las carencias matemáticas de aquellas gentes. Es para no creerlo –me explicó-, pero en varios establecimientos de regalos y hostelería al darme la vuelta de un pago me arrearon varios euros de más, con lo que me vi en la molesta situación de señalarles sus equivocaciones y devolverles el dinero que me daban de más. Es cierto que se deshicieron en disculpas lamentando el error, pero el daño estaba hecho y la desconfianza es un poliedro de infinitas caras. Es un mal endémico que también padecemos aquí –repliqué-, en algunos locales de ocio, restauración y comercios te sacuden un euro de más al darte la vuelta o cuando vamos de chateo pretenden cobrarnos cinco cañas o vinos cuando hemos consumido seis. El domingo pasado sin ir más lejos comí con la familia en un chiringuito y al pagar nos querían cobrar tres botellas de agua y habíamos bebido cuatro. ¿No crees que este analfabetismo matemático, esta burricie, se debe a que ahora la mayoría de pagos los hacemos con tarjetas bancarías con lo que el personal está desacostumbrado a manejar efectivo, se lía con los pelos de las piernas, y ¡zas! se le va la olla? Probablemente –asentí-, puede que la solución sea incluir esta cuestión en los planes de estudio con prácticas tuteladas por profesores de la especialidad, para terminar con esta lacra. Concluimos que cuando pagáremos en efectivo revisaríamos vueltas, tiques y facturas para asegurarnos de su exactitud y de este modo detener la sangría que tanto perjudicaba a la imagen de los negocios.