«Ningún hombre es vina isla, algo completo en sí mismo; todo hombre es un fragmento del continente, una parte de un conjunto; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto, nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti».
JOHN DONNE
La semana pasada escribíamos sobre la alteridad, dejándonos llevar por la buena compañía de E. Levinas. Comentábamos que la única relación posible con el otro es de carácter ético, subrayando una dimensión solidaria, sobre todo, respecto a su sufrimiento. Levinas plantea un giro radical respecto a la tradición filosófica al colocar como fundamento de la solidaridad y la justicia la “vulnerabilidad” del sujeto.
Estamos viviendo una nueva crisis económica provocada no solo por el virus, principalmente por la “guerra de Putin”, que perdurará durante tiempo. No solo tiembla Europa por la crisis energética, tiemblan mucho más los pobres por la carestía de la energía y la fuerte inflación que está provocando ya una fuerte crisis alimentaria. La guerra está poniendo en peligro el equilibrio en la disponibilidad de recursos alimentarios para numerosas poblaciones. Si no podemos cambiar la tendencia, la presión migratoria en las fronteras y las hambrunas, será mucho más fuerte que lo que hemos visto hasta ahora.
En esta encrucijada, necesitamos encontrar soluciones, y para ello no todas las propuestas son iguales. Algunas son incluso divergentes o contradictorias con la más mínima solidaridad. Nos jugamos mucho en el futuro para salir de esta nueva crisis reforzados, incluso el tipo de sociedad que queremos desarrollar a nivel mundial y acabar con tantas desigualdades.
La forma de entender la solidaridad hoy, que es mucho más que un mero sentimiento de simpatía, surge en ambientes socialistas franceses en el siglo XIX. Pero su origen es jurídico, ya que deriva de la expresión latina in solidum, que designa la relación jurídica de una obligación gracias a la cual la totalidad de la cosa puede ser demandada por cada uno de los acreedores a cualquiera de los deudores (G. Amengual). De este significado, deriva una vertiente de la solidaridad, que se entiende como participación en un mismo destino. Esto supone una implicación mutua, un compartir cargas y luchas, tomando por propias las ajenas (P. Álvarez de los Mozos). Supone una implicación mutua, un compartir cargas y luchas, tomando por propias las ajenas.
Es importante el concepto de fraternidad que surge en la Revolución Francesa. Éste tenía un importante componente cristiano, compartir un mismo origen y un mismo Padre que nos convierte en hermanos. Pero el carácter laico de los revolucionarios, lo entendían como el común origen “natural” y la igual naturaleza la que nos hermana. Pero frente a la libertad y la igualdad, no se le otorgó esa capacidad rectora ni legal que tenían las dos primeras, quedando en un mero proyecto utópico.
la solidaridad surge en la historia auspiciada por los anhelos más profundos de fraternidad humana. Tomando las palabras de Octavio Paz, la fraternidad es el nexo que comunica la libertad y la igualdad, la virtud que las humaniza y las armoniza. El nuevo nombre de la fraternidad es la solidaridad, herencia viva del cristianismo, versión moderna de la antigua caridad. La libertad puede existir sin igualdad y la igualdad sin libertad. La primera, aislada, ahonda las desigualdades y provoca las tiranías; la segunda, oprime a la libertad y termina por aniquilarla. La fraternidad es el nexo que las comunica, la virtud que las humaniza y las armoniza.
En la era de las comunicaciones y la tecnología, en un mundo cada vez más globalizado, el hambre y la pobreza deberían de ser una reliquia del pasado. Nos prometieron que la ciencia y la técnica en su progreso continuado, llevarían a la humanidad a la felicidad. Pero ese progreso se ha sustituido por las guerras, el calentamiento global, las crisis víricas, por el carrito de la compra y el consumo desenfrenado, que parecen ser los nuevos índices de racionalidad y de la buena vida (Bauman).
El bienestar no nos deja escuchar los gritos desgarradores de los más pobres y necesitados, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna (Francisco). El hombre parece haber perdido su centro y, una minoría de empresas y empresarios son los que dirigen el mundo, mientras que el hambre sigue destruyendo a millones de personas indefensas. Hay una gran distancia entre ver y saber (Kapu?ci?ski), un fuerte abismo que bloquea la capacidad de comprender y de poder abrir el corazón a cualquier realidad de sufrimiento.
Desde estas páginas queremos volver a reivindicar un “elogio de la solidaridad”, que surge de los anhelos más profundos de la fraternidad humana, que es el humus necesario para transformar la sociedad y respetar la dignidad de todos. En medio de las dificultades, es necesario redescubrir una respuesta humanizadora que nos permita superar esta crisis desde la solidaridad, el esfuerzo compartido y la apuesta por lo común desde los más débiles. La solidaridad es la actitud básica para hacer un mundo más justo y habitable en una sociedad globalizadora que esconde y olvida a tantos indefensos.
Los grandes pensadores actuales, han apostado por la solidaridad. Martin Buber afirmaba que la existencia humana está marcada por el encuentro. Recordamos que Levinas, proclama como verdad fundamental del ser humano la primacía del otro en la propia existencia. La acción comunicativa de Habermas, aunque sea mucho más, es una auténtica teoría de la solidaridad. L. A. Aranguren, nos recuerda, que la solidaridad nace en la experiencia del encuentro afectante con la realidad del otro herido en su dignidad de persona y que se nos manifiesta como no-persona desde el momento en que es tratado como cosa, como excluido, como nadie.
No entendemos la solidaridad como simple asistencia a los más pobres, sino como un planteamiento global a todo el sistema injusto en el que estamos inmersos, buscando caminos para mejorar, reformar y defender los derechos más básicos del ser humano. Entendida así, su objetivo es alterar el modo en que se estructuran las redes de relaciones de la sociedad en su conjunto, modificar la atmósfera vital en la que estamos inmersos y así poder explicar la realidad y a nosotros mismos. Estas redes de solidaridad deberán poner en marcha alternativas económicas, sociales, políticas que muestren luces y salidas a los procesos de exclusión.
Paralelamente a las medidas económicas, sociales y políticas, se hace necesario educar en la solidaridad humana y poder enseñar la comprensión entre las personas como condición y garantía de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad (E. Morin). En el rostro del ser humano sufriente y pobre, los creyentes cristianos, hemos querido ver el mismo rostro de Dios vulnerable y necesitado de solidaridad. Por ello se necesita una solidaridad desinteresada y desplegar una la economía y unas finanzas bajo ética en favor del ser humano y habitar el mundo en clave de solidaridad.