Se conmemora estos días el vigesimoquinto aniversario de uno de los más viles asesinatos cometidos por la banda criminal ETA, el del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco, que conmocionó como ningún otro a la sociedad española y que significó, entre otras cosas, el inicio de la derrota del terrorismo etarra, cuya cadena de crímenes cesó definitivamente en el año 2011, aplastada y vencida por una inquebrantable conciencia de rechazo social y político.
La utilización que la derecha reaccionaria española, en el mundo una de las más incultas políticamente, corruptas en lo económico y paralizantes en lo cultural, ha hecho siempre de las víctimas del terrorismo etarra, se ha prolongado y expresado descaradamente en este aniversario. Con el abanderamiento político de la conmemoración, el manoseo del recuerdo y la rentabilización de la memoria, de aquella parte de la memoria que les interesa, se ha puesto una vez más de relieve la mezquina forma de apropiación del dolor (y de la historia) con fines partidistas característica de la derecha política española, evidenciando la imposibilidad de pensamiento de la reacción y la necesidad permanente que tiene de enemigos en que basar su supuesta bondad, comportamientos todos ellos que han hecho por momentos irrespirable, y todavía, el ambiente político de este país.
En esa misma línea, y profundamente engarzada a ese ruin modo de hacer, la frontal oposición derechista a cualquier ley que pretenda el reconocimiento, la compensación o el respeto a las víctimas de la dictadura franquista (Ley de la Memoria Histórica), dibuja el grueso trazo de ese martirologio que las víctimas de ETA proporcionan al fascismo español. Las diferencias políticas que el conservadurismo político establece entre, por ejemplo, las víctimas de la banda ETA, las de los atentados yihadistas de los trenes de Atocha y, sobre todo, las víctimas de la sanguinaria guerra civil española y la no menos criminal dictadura franquista, retratan clara e inequívocamente la contradicción absurda, la falta de fondo ideológico y la mezquina vacuidad de sus propuestas, que son el núcleo mismo de la peor forma de hacer política que caracteriza a los partidos neofascistas de este país: la apropiación del dolor y el desprecio del dolor al mismo tiempo, un bucle que repite sin cesar los pronombres nosotros y ellos, encuadrando a los asesinados en una u otra conjugación del supuesto orden moral dictado por su utilidad política.
Esa vergonzosa utilización del aniversario de la muerte de Miguel Ángel Blanco, que estos días llena de actos políticos plazas y parques de este país, no es solo una burda apelación emocional y chantajista al más barato sentimentalismo del electorado utilizando la más putrefacta herramienta, el dolor, sino que es también una palmaria confesión de demasiadas culpas, demasiadas carencias intelectivas, demasiadas conexiones, demasiados silencios...
Este país no está partido ideológicamente en dos, como quieren hacer creer encuestas y manipuladas tradiciones. La gente de este país está en gran parte manipulada, intoxicada, engañada, manoseada y chantajeada por grandes poderes económicos, militares, judiciales y religiosos deudores del fascismo franquista. Los coros que los jalean son grandes masas desconocedoras de su propia historia, víctimas también de enormes y duraderas operaciones de ocultamiento, tergiversación y engaño que han levantado muros de intolerancia, radicalismo y feligresía militante en la obcecación, el odio y las banderías. Todas las víctimas, de todas las guerras, todas las dictaduras y cualquier batalla; las víctimas de dioses y profetas, los mártires de verdades incontestables y de cegueras impuestas, de todos los bandos y todos los frentes, de cada cielo y cada infierno, cada razón y cada locura, en todas las voces y todas las lenguas merecen más, mucho más que el grito estentóreo de la arenga. Vaya pues, aquí, el silencio.