“Una bella página, incluso dirigida contra la vida, nos seduce siempre en pro de la vida”
NIETZSCHE
“no es que la vida tenga una misión, sino que es misión”
XAVIER ZUBIRI
Con el título del artículo no nos estamos refiriendo a la preciosa película de Roberto Benigni, queremos hacer referencia a la existencia, al vivir y pensar nuestra propia vida a pesar de las adversidades y sufrimientos. Hoy junto al mar, estoy pensando en la vida, porque podemos hacer de ella un momento único, vivir todo con bondad, —¡incluso lo que me cae mal!—, como nos recordaba Nietzsche. Esto no quiere decir que no tengamos dificultades, pero en cada resistencia ponemos un nuevo desafío, momentos de lucidez de alegría y belleza. En nuestras sociedades postmodernas que parecen estar marcadas por lo efímero y la fragmentación, la búsqueda de sentido se vuelve una tarea ardua, pero no imposible. Cada día podemos encontrar sentido de lo que somos para alcanzar la genuina felicidad y ser para los demás.
Como nos recuerda mi amigo Miguel Ángel Mesa Bouzas, la espiritualidad impregna todo lo que somos, todo lo que vivimos, los vínculos que establecemos, el sentido que damos a cada acto o cada mirada que recibimos o buscamos. Tomando sus palabras, la espiritualidad para estos tiempos de crisis abarca toda nuestra vida y las actitudes que tomamos ante ella: el agradecimiento, la amistad, el compromiso, la caricia, la comunidad, el trabajo, el diálogo, el cuidado, el sufrimiento, la solidaridad, la inmigración, la fe, el perdón, el silencio, la oración, el misterio o la utopía. Con el mar acariciando mis pies entre la arena de la playa, intento no perder la alegría de sentir que cuanto más humanos nos volvemos, más cerca de la divinidad podemos estar.
El arte de vivir comienza en mi prójimo, en aquel que está cerca y que me necesita, aquel al que puedo amar: mi esposa, mi padre, mi abuela, mi sobrino, los amigos, la vecina con sus gatos o el pescadero con sus chistes o el pobre que pide en la esquina. Lo que nos hace prójimos es el amor que se despliega en la proximidad física, en el cara a cara y en el lado a lado. Esto es muy importante en un mundo líquido que nos hace estar pegados a las pantallas, mientras el arte de la convivencia está tan desamparada que se pierde en los grandes centros comerciales y de consumo. La lejanía líquida, nos hace perder la cercanía y los ojos del corazón. Todo viaje y, la vida lo es, nos abre al otro y al Otro.
Las dificultades de la vida es lo que nos hace estar pegados a la tierra, apegados al humus de nuestra humanidad, pero abiertos a una fuerte espiritualidad para captar todo lo que se nos comunica, vigilantes y atentos y unirnos al Ser que nos habita, que todo lo habita y en el que todo adquiere consistencia y sentido. La experiencia del misterio ocurre en el corazón de lo cotidiano, antesala de la espiritualidad de la vida. Esto nos hace abrirnos a otras realidades que no somos nosotros mismos, a poder amar, a confiar a dar sentido a todo aquello que la vida nos ofrece.
La vida de alguna manera, es misión. Decir que la vida es misión es afirmar la imposibilidad de una plenitud en solitario. X. Zubiri, subraya que el vacío del hombre es radical, según sus palabras: no sólo no es nada sin cosas y sin hacer algo con ellas, sino que, por sí solo, no tiene fuerza para estar haciéndose, para llegar a ser. Desde aquí, recobran sentido las palabras del pensador francés Fabrice Hadjadj, ser misión, significa no estar solo por uno mismo, consigo mismo y para sí mismo, sino ser ante todo por otros, con otros y para los otros. Cuanto más me refugio en mí mismo, más me pierdo y me precipito en la desesperación.
La clave de la vida es amar a los demás como deseamos que nos amen a nosotros. El amor es darse amorosamente, es perderse a sí mismo para encontrarse en el don recíproco que el otro hace de su propia persona. Solo empobreciéndonos, nos podemos enriquecer del otro. En el amor, como en la vida no hay compromisos tibios, es darse completamente. En el amor, nos recordaba Josef Pieper, antes del querer-actuar, antes de la exigencia del bien, se encuentra el puro asentimiento afirmativo a lo que ya está ahí. El amor a una persona es ante todo la repetición de la palabra creadora de Dios: ¡Qué sea! Por lo tanto, en el amor toda creación vuelve a encontrar su justificación. El amor es más divino cuanto más se una a la naturaleza humana.
La felicidad en la vida, a pesar de las sombras y las limitaciones, nos puede llegar cuando ponemos nuestra seguridad existencial en el amor a los demás. Nos recordaba Simone Weil, que de los seres humanos solo se puede reconocer plenamente la existencia de los que se ama. La felicidad no está al final del camino, ni siquiera en el camino mismo. La felicidad está en el caminar mismo, en alegría de vivir lo que se debe vivir. La felicidad es acoger todas las cosas como nos vienen, adquiriendo esos valores que nos ayudan a mejorar y a crecer, a sentirnos mejor con nosotros y con el otro, solidarizándonos en el dolor, la necesidad o la soledad del prójimo. Para ello es necesario escuchar y contemplar en el silencio para iluminar con su sabiduría nuestra vida.