No sabemos si los muertos han sido 23, 27, 37 o más de 40, solo sabemos que con cada migrante que muere por intentar salir del hambre y de la incultura, por huir de las guerras y otras miserias, vuelven a morir todos los muertos en el intento, y los mares están llenos de tumbas de agua, tumbas sin nombres, tumbas sin fecha… tumbas de personas que se les negó el derecho que ni se les niega a los árboles: tener un palmo de tierra donde nacer, crecer y vivir en paz.
No sabemos sus nombres, ni los saben las autoridades marroquíes, ni los saben las autoridades españolas, solo sabemos que unos trabajadores cavaron con urgencia y sin permitir la entrada a nadie unas fosas en un descampado del cementerio Sidi Salem de Nador para enterrarlos como ya no se entierran ni a los perros: sin dar explicaciones a sus compañeros de viaje heridos, sin pensar en sus familias, sin tener en cuenta que jamás sabrán si están vivos o si están muertos, porque se les ha dado tierra sin practicar autopsias y sin identificar los cadáveres.
No sabemos sus edades, solo sabemos que eran jóvenes, algunos hasta es posible que menores de edad, porque solo los jóvenes tienen fuerzas, ganas e ilusión para vagar por peligrosos países hasta llegar a la civilización y arriesgarse a cruzar una frontera tan vigilada por la Guardia Civil española como por la Policía de Marruecos, y el asalto a la valla de Melilla el viernes 25 de junio fue una temeridad que han pagado con la vida, y ni España ni Marruecos se reconocen responsables de la tragedia: la culpa fue suya por querer trabajar, por querer comer, por querer vivir sin miedo.
Para el presidente Sánchez la culpa es de las mafias que a cambio de un dinero que dejará a sus familias en la más absoluta miseria o endeudadas les ofrecen el paraíso a sabiendas de que solo encontrarán el infierno, pero ¿por qué no se persigue a las mafias? Esto solo lo pueden hacer los gobiernos, no los engañados, manipulados y estafados. Y no se sabe de ninguno que lo haga. Para Mohamed VI lo prioritario era ocultar la tragedia y optó por lo que cabía esperar: hacer y callar, pero los vecinos de Nador fueron testigos del cruel enfrentamiento con la policía marroquí, de sus abusos de autoridad, de sus hábiles maniobras para dejarlos atrapados antes de saltar la valla, vieron en las calles del pueblo cuerpos destrozados, bañados en sangre, a pleno sol y sin que nadie se molestara en saber si estaban vivos o muertos, y las imágenes no tuvieron problema para cruzar la frontera y sacar de las sombras una de las peores tragedias acaecidas en la valla que separa España de Marruecos o Marruecos de España.
Es obvio que el Gobierno marroquí está más obligado a exigir que se investiguen los hechos con rigor y se depuren responsabilidades que el español, pero como para el rey de Marruecos las personas son objetos de los que puede disponer a su “real” antojo, y el presidente de España no quiere más líos con él, ni se atreve a pedírselo, no vaya a ser que vuelva a enfadarse. Solo la AMDH (Asociación Marroquí de Derechos Humanos) ha denunciado los vergonzosos hechos y ha exigido responsabilidades, pero de momento, desgraciadamente, solo ha conseguido que ni Marruecos ni España hayan podido ocultar la tragedia que, visto lo visto, era lo que ambos países pretendían.