Huele a todas las flores, a todos los abrazos, a todas las miradas que sin brazos abrazaron, a todas las lágrimas vertidas o guardadas, a todo el calor de tanto cariño amontonado.
Aroma de memoria recostada en las capas del recuerdo, de la brizna al brote, del color al firmamento, de la tarta a los regalos, cuando eras aquel presente envuelto en rosas de alegría que brillaban en tu pelo, y tu sonrisa un tulipán enrojecido.
Tus mejillas siempre estaban sonrosadas, albergando tu risa halagüeña. Y tu cuello, gorjeo de pájaro revoloteando entre ramas…
Qué cielo bajabas cada día a posar en nuestras manos… qué cama de algodones tejías para reposar nuestros sueños, qué voz salía de las cuerdas de tu corazón para mecernos en los territorios de la imaginación…
Tus brazos nos sujetan contra tu pecho, latido adormecido en lecho de Morfeo, y los pies llevan el ritmo de la misma nana que años después te cantaremos.
Qué manos dirigían nuestros trazos por los renglones del saber, qué instrucciones nos tejían el sendero de la buena conducta, qué palmas tricotaban el camino de la educación, en qué cucharadas nos hacías amar el arte, la música, la cultura, el ansia inacabada de aprender…
Los cuentos de risa nos llenaban de alegría, tu voz cambiaba al transmitir un valor, si pedías opinión elegíamos de miedo, qué miedo, qué cuento, quién está en tu garganta para sembrar el terror… Corazón encogido, y broma para relajar la ocasión.
Cómo amasabas dulces tan dulces, platos tan bonitos con tanto corazón, servilletas con flores a punto de sombra, con tanta delicadeza quién las bordó…
Las tardes de verano, tan interminables, pegada a tu lado se llenan de frescor, y eres espuma de blanco, y esponja de mar, y puntilla de ola, y alegría de verdad.
De quién es la fuerza inusitada, la energía desbordada, la fortaleza entrenada…
De cuál de tus huesos brota la vida, qué órgano es fuente y fértil manantial.
En qué lugar de la isla de tu cuerpo se crea tu mirada que envuelve, tu luz de guía, el faro que alumbra y muestra el camino, y señala, con el tic tac de tu corazón, el fulgor que no cesa, el haz de luz que siempre has sido, tu constante rayo de sol.
Mi cisne despliega sus alas etéreas de blanco algodón, y vuela, ingrávida, a deslizarse, eternamente, con su majestuosa sencillez, en los lagos del cielo envueltos por las nubes de nuestro amor.
Descansa en paz, lucerito, descansa por fin en paz.