OPINIóN
Actualizado 28/06/2022 08:58:08
Marcelino García

El conflicto comenzó el 6 de marzo de 2011 con unas protestas civiles que exigían al régimen dictatorial de Bashar al-Assad un mayor nivel de democracia, justicia social y mejoras económicas para el país. Más tarde, junto con la intervención oportunista de grupos terroristas como el yihadismo, pasó a convertirse en una guerra con múltiples frentes e intervención de potencias extranjeras. Lo que no se debe olvidar de todo esto es la grave vulneración a los derechos humanos fundamentales que, durante 10 años, se ha venido produciendo en la región.

Autora: Nadia Rodríguez Sánchez. Defensora de los derechos humanos.

Todo comenzó con el arresto en Deraa, al suroeste de Siria, de unos estudiantes por pintar en una pared algo que consideraron en contra del régimen dictatorial de Al-Assad. Cabe recordar que en esos momentos se estaba iniciando la conocida como Primavera Árabe tanto en Oriente Medio como en el Norte de África, movilizaciones que exigían mayores derechos democráticos en diversos países como Egipto, Yemen, Libia o Túnez.

Los estudiantes detenidos en Deraa sufrieron torturas continuadas, lo que espoleó una revolución cuyo precedente fueron las Primaveras Árabes. Fue tal el alcance que rápidamente se extendió a otras ciudades del país, como por ejemplo a la propia capital del país, Damasco. La respuesta de Al-Assad no fue otra que fuertes represiones, arrestos indebidos y, en especial, asesinatos en masa.

Diez años después, Siria es un país devastado económica y socialmente, con más de 12 millones de personas obligadas a marcharse de su país según informa la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de la mitad de la población que existía previamente al conflicto. Por otro lado, una ONG de Siria contraria al régimen de Al-Assad, Observatorio Sirio por los Derechos Humanos (SOHR), estima que más de 600.000 personas han perdido la vida a causa del conflicto armado.

En esta lucha contra régimen dictatorial la oposición se dividió en grupos rebeldes que no solo luchaban contra el régimen sino también entre ellos, abriendo numerosos frentes. Esto supuso una oportunidad para que grupos islamistas radicales aprovechasen la situación, los cuales, cabe añadir cuentan con fuerte financiación y armamento proporcionado por monarquías como Arabia Saudí o Qatar.

En un primer momento, los rebeldes contaban con el apoyo internacional de la Unión Europea, Estados Unidos y Turquía, sin intervenir de forma directa en el conflicto. Pero, debido a su radicalización, perdieron el apoyo internacional inicial, sobre todo a partir de la entrada en escena del grupo terrorista conocido como Daesh o Estado Islámico, que consiguió el control de buena parte de Siria e Iraq entre 2014 y 2017, y la incorporación a sus filas de afines provenientes de Europa, Rusia o el Norte de África entre muchos otros lugares.

Este grupo terrorista ha llevado a cabo muy graves atentados contra los derechos humanos devastando poblaciones enteras e intentando eliminar totalmente grupos étnicos o religiosos a los que consideraba herejes, como los yazidís. Y no solo actuó en Siria, sino que provocó atentados y muertes en toda Europa como ocurrió en París, Bruselas o Londres.

La idea de que el Estado Islámico controlase totalmente Siria provocó cierto miedo en Europa y Estados Unidos. Por ello decidieron intervenir directamente a partir del 2014, bombardeando al grupo terrorista mientras que, al mismo tiempo, aportaban apoyo a grupos rebeldes que no fuesen radicales, como las milicias kurdas.

Por este apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea, Rusia e Irán tomaron cartas en el asunto proclamándose internacionalmente aliados del dictador Al-Assad, interviniendo directamente en el conflicto apoyando al régimen. Con ello Siria a su conflicto interno sumó un enfrentamiento entre potencias internacionales en su propio territorio.

En el año 2016, el régimen dictatorial recuperó parte del territorio a la vez que ciertos grupos rebeldes fueron debilitándose por injerencias internas. Los grupos kurdos, que contaban con el apoyo de Estados Unidos, consiguieron quitar los territorios al Estado islámico en el 2019. Por el contrario, Turquía desarrolló operaciones militares para apoyar a grupos rebeldes, aunque en realidad pretendía hacer desaparecer a los kurdos, grupo con el que lleva décadas en conflicto.

Actualmente el conflicto se encuentra estancado: Al-Assad controla prácticamente todo el país y lanza ofensivas contra los grupos rebeldes que aún resisten. La Guerra de Siria ha dejado entrever la gravedad de los enfrentamientos por cuestiones económicas, sociales, políticas, étnicas o religiosas. Las iniciativas por la paz encauzadas por Naciones Unidas, la Unión Europea o Estados Unidos no han tenido ningún éxito. Por el contrario, Turquía, Rusia e Irán han conseguido una mayor influencia en Oriente Medio y en la comunidad internacional.

Como ya se mencionó con anterioridad, más de la mitad de la población tuvo que exiliarse a miles de kilómetros, pasando por países como Turquía, Líbano, Iraq, Jordania o, incluso África, para llegar a la Unión Europea en busca de asilo humanitario, en busca de la defensa de su propia vida. Recordemos la imagen del niño a las orillas de una playa de Turquía, Aylan, imagen grabada en las retinas de todo el mundo que puede hacer entender cuánto han sufrido los sirios para cruzar tierra y mar de forma precaria sin mirar hacia atrás, hacia su país, hacia sus hogares.

Las ciudades han quedado destruidas, los sirios que quedan lo han perdido todo, pasan hambre, quedan familias destrozadas o eliminadas directamente del mapa, mutiladas por un conflicto donde se vulneraron derechos humanos. Además, a esto se le une la hiperinflación que muestra un dato desolador: el 90% de la población se encuentra en pobreza extrema. Y además el dictador Al-Assad sigue ostentando un poder que quiere legitimar bajo el paraguas de una falsa democracia, donde el voto popular, herramienta del progreso y la libertad, sigue sin ser una realidad. De esta forma, Siria sigue inmersa en el terror de la guerra y el desamparo humanitario sin que haya un fin del conflicto.

Los últimos acontecimientos dan la razón a la teoría de que la guerra en Siria no tiene fin. Turquía, aprovechando sus décadas de enfrentamiento contra los kurdos, ha realizado bombardeos contra grupos de ellos adheridos a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) en el norte de Siria, algo que no ocurría desde hace más de un año según las observaciones del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. De forma paralela, la Unión Europea anuncia que en mayo de 2021 renovará las sanciones impuestas contra Siria por las violaciones de los derechos y la represión contra la población civil, que provoca un sufrimiento inaceptable. Junto a este aviso, establecen que la renovación de las sanciones no será tal si el gobierno sirio acepta la celebración de unas elecciones libres y democráticas en todo el país. A la vez, la Unión Europea y sus Estados miembros se han constituido como uno de los principales puntos de apoyo económico, político y de ayuda humanitaria para el pueblo sirio en pro de un futuro pacífico.

Con más de la mitad de la población Siria fuera de sus hogares, es necesaria la asistencia humanitaria con carácter urgente ya que el conflicto no parece acabar. A esta crisis se le suma la económica, la provocada por la COVID-19 y la hambruna que asola la región, que aumenta cada vez más la desesperanza en todos los sirios, así como aumentan sus necesidades. Tras diez años de conflicto las exigencias siguen siendo las mismas: garantizar una protección real a todos los civiles, así como al personal sanitario e instalaciones de tipo médico.

Resulta necesario poner fin al conflicto, empezando por defender los derechos humanos de los millones de sirios que han vivido las atrocidades de la guerra, despojados de su hogar, de su familia o de su propia vida. Es hora de que las potencias internacionales presionen a Siria: Amnistía Internacional instó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para hacer rendir cuentas a Siria por los crímenes acontecidos en estos 10 años de conflicto. Desde el comienzo del conflicto, el régimen de Siria y los grupos armados unidos a sus aliados han realizado ataques indiscriminados, detenciones, torturas, desapariciones, provocado hambrunas y el desplazamiento forzado de la mitad del país.

Siria ha sido el terreno donde se han cometido atroces violaciones, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, provocando un dolor desproporcionado en la población civil que necesita justicia, una justicia que los responsables del conflicto evaden completamente apoyados por sus aliados internacionales como Rusia, Irán y Turquía. Hasta la fecha, solo un funcionario del Gobierno de Siria ha sido condenado por crímenes de lesa humanidad en Alemania: Eyad al Gharid, oficial de seguridad sentenciado a cuatro años de prisión por tortura.

Queda mucho camino por recorrer, y mientras el gobierno sirio siga impidiendo la entrada de organizaciones para prestar ayuda humanitaria la crisis se hará más feroz e insostenible. Además, si no cesan las torturas, asesinatos y secuestros de los grupos armados tampoco se podrá poner fin a un conflicto que por poco borra a una nación entera del mapa. Es hora de proporcionar a la población siria la paz que ni su país ni potencias aliadas les proporciona, es hora de acabar con una década de conflicto que ha borrado generaciones enteras del mapa, es hora de luchar por los derechos humanos.

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