La existencia de la muerte nos obliga, sea a renunciar voluntariamente a la vida, sea transformar nuestra vida de manera tal de darle un sentido, que la muerte no pueda arrebatarle.
A. CAMUS
En la esquina está la esperanza.
J. SÁDABA
Ante las grandes preguntas de la existencia ¿Qué significa la vida? ¿Por qué estoy en el mundo? Kant nos recordaba en su Crítica de la Razón Pura, dos cosas llenan mi corazón de una admiración y de una veneración siempre nueva: por encima de mí, el cielo estrellado; en mí, la ley moral. A. Camus matizaba, con una fineza que sólo tienen los genios, el absurdo de la vida surge cuando se confrontan los interrogantes del hombre con los silencios del mundo. Se encontró de golpe con lo irracional de la vida. El mundo irracional, de lo absurdo o de los absurdos, es un mundo sin Dios en el que no existen valores absolutos objetivos. Pero lo absurdo no tiene sentido a menos que el hombre se mantenga distanciado de él y se rebele contra él.
En un mundo líquido y postmoderno como el nuestro, que subraya el fin de los grandes relatos y pone un acento especial en la crisis de valores morales, religiosos, filosóficos, culturales, en una insoportable levedad del ser. Se han caído muchos asideros y en medio de ellos, nos viene a la mente aquel grito de A. Camus de su obra La Peste “Lo urgente es curar”. El autor experimenta una profunda preocupación por la muerte, que resuelve como una experiencia trágica en la inmanencia del mundo, “lo urgente es curar”. La relación con Dios se resuelve en el interior del corazón del hombre, no está ligado a ningún recinto sagrado, a ningún templo fabricado por las manos humanas. La auténtica religación y apertura a la transcendencia tiene lugar en el mundo, con sus contradicciones y absurdos.
En A. Camus se da un rechazo de la muerte, más si es de un inocente, sobre todo la de un niño y toma una postura de rebelión, de protesta, de acusación rabiosa. Se rebela contra lo que no puede esperar, lo intolerable. Asume lo absurdo ante sus últimas consecuencias y se resiste a cualquier consuelo sobrenatural. Pero su negación, no es renuncia, lo absurdo le lleva al ser humano.
Su ateísmo era un ateísmo de la compasión. Es una virtud esencial, en torno a la que pivotará la construcción de su moral atea que permita la salida del sinsentido. En su obra se encuentra una denuncia obsesiva de la humillación y una especie de llamada constante a las dos virtudes que para él son esenciales: la compasión y la solidaridad. Esta es su forma de luchar contra la muerte. Es esa necesidad de encontrarse tanto en el otro como con el otro, para conformar uno solo y darle a la vida un contenido superior a la muerte. Supone rescatar al hombre del miedo y de la sumisión y abrirle caminos de libertad y de vida.
A. Camus desde muy temprano se debatió entre la grandeza de su espíritu y la fascinación por la trascendencia, lo que le llevó a elaborar su tesis de doctorado sobre San Agustín. Antes de recibir el Premio Nobel de Literatura en Suecia, se retiró a meditar y reflexionar sobre la obra de la filósofa y mística Simone Weil, a quien admiraba profundamente desde hacía tiempo.
Si en muchos momentos Camus se situaba al lado de Atenas y no de Jerusalén, en su pensamiento de la compasión y el problema del mal, sobre todo de los niños, se sitúa más bien entre Atenas y Jerusalén. Así lo advirtió el padre dominico Fr. François Chavanes, no es Sísifo, en la Biblia es la rebelión de Job la que más se aproxima a la rebelión de Camus. Job se niega a creer en una prueba cuya víctima fortuita sería él. De hecho, sólo cree en Dios para acusarlo mejor. Y cuando depone las armas, cuando se somete, no logra hacernos creer que es feliz.
En 1941 A. Camus anota esta reflexión de Tolstoi: "La existencia de la muerte nos obliga a renunciar voluntariamente a la vida, o bien a transformar nuestra vida a modo de darle un sentido que la muerte no puede arrebatarle". A pesar de lo absurdo, siempre podemos darle a la vida un sentido, que ni la muerte puede arrebatarle. El pensador quería dignificar la vida frente a la muerte, esa era su rebeldía. Quería desacralizar esa especie de amo absurdo y apostar profundamente por la vida.
En El primer hombre, su novela, su obra maestra póstuma afirma: "Él, como una espada solitaria y siempre vibrante [...] se abandonaba solamente a la esperanza ciega que proporcionaría también esta fuerza oscura que tantos años lo había elevado por encima de sus días [...], y gracias a la misma generosidad incansable que le había dado sus razones para vivir, razones para envejecer y morir sin rebelarse". ¿Qué es esta fuerza oscura? ¿La que hace una muerte feliz? Una pregunta que siempre quedará abierta.
La profesora y teóloga Clara Lucchetti Bingemer, en un artículo sobre Camus y Simone Weil, afirmaba que era un ateo con espíritu y se preguntaba en plena secularización, qué puede aportar este gran pensador del siglo XX: “Cuando la vivencia de la fe tiene que enfrentarse cada vez más con una mayor desinstitucionalización, la misma teología se pregunta ante la obra camusiana: ¿cómo dialogar con los santos sin Dios, con los místicos sin iglesia del mundo de hoy? ¿Tal vez no serían ellos y ellas los grandes compañeros e interlocutores a los cuales deberíamos aproximarnos para intentar construir un mundo mejor?” Pudiera ser que pensadores como A. Camus pudieran inspirarnos en ese sentido.
Comentaba mi querido profesor Manuel Fraijó, una teología que, no tenga en cuenta las luchas y los sufrimientos de la historia y habla alegremente de la omnipotencia de Dios, se convierte ella misma en causa del ateísmo contemporáneo. Pero podemos encontrar también una teología, que pone más su acento en la esperanza y en ese amor de Dios, que se hace cercano clavado en un madero, pueda triunfar sobre el lado oscuro y lo absurdo del hombre y del mundo.
Hemos fracasado en los bancos de arena del racionalismo, hay que dar nuevos pasos para tocar la roca del misterio. Debemos reconocer más allá de los pensamientos tranquilizadores y cósmicos, la dificultad de desvelar el misterio de la muerte. Puede que solo podamos ofrecer migajas de pensamiento, pero la razón nos puede ayudar a mantener el equilibrio entre las tensiones y paradojas que plantea la muerte. Mientras hay reflexión hay esperanza. La muerte como misterio todo lo envuelve, un misterio en el que yo mismo soy el dato central.