OPINIóN
Actualizado 24/06/2022 08:13:53
Tomás González Blázquez

No han pasado ni tres semanas desde que estuve allí, sintiendo ese silencio que no enturbian las aves, ni las ramas al dejarse mover por el viento, ni todos esos ruidos que en la naturaleza nunca chirrían. Era un silencio agradable el de la abandonada estación de La Torre, en la que ya nadie se sube al tren desde hace muchos años, devenida luego en apeadero donde tampoco nadie baja, aunque sea ligero de equipaje para disfrutar unos días de la cautivadora tierra alistana. Supe al conocerla que escribiría algo sobre ella a lo largo de este verano. Quizá un relato inspirado en un viaje de antaño, unos versos de maletas hechas con lágrimas en los ojos, una postal directamente depositada en el vagón correo…

No sospechaba que lo haría tan pronto, pues temprano se ha impuesto ese otro silencio más sobrecogedor, como el que me contaba Esther mientras me mostraba la estación definitivamente abierta al cielo, aún impresionada después de haber pisado sobre su viejo pavimento los fragmentos de la pizarra de unos tejados que no han resistido el fuego devastador. El silencio que ella decía es el silencio tras el desastre, ese que no sosiega sino que estremece. Todavía uno se imagina el crepitar de las llamas o las nubes negras calentando las vacías estancias hasta someter las techumbres que aguantaron tantas tormentas. En este junio han sucumbido, a las puertas de un verano en el que tampoco aguardaba los trenes de un desarrollo que se le niega a estas comarcas zamoranas cada vez más despobladas y envejecidas.

La Culebra no se calla, armaron pronto como lema los que han sufrido de cerca unas horas desconcertantes en las que el incendio se apoderaba de la sierra y no se terminaba de entender de qué forma, insuficiente en recursos ante tan adversas condiciones, que lo uno y lo otro han coincidido, se estaba gestionando la extinción. Es de justicia que se investigue a conciencia, y que se acuerden pronto y se sufraguen las intervenciones más urgentes, sin perder de vista que habrá disparidad de criterios entre muchos de los escasos habitantes de la comarca (los pocos que logran subsistir) y los que, desde lejanos y superpoblados despachos, tendrán la última palabra.

Callada me pareció, en su abandonada estampa, y muda la ha dejado el fuego, desnuda, completamente abierta para que, ahora sí, la lluvia penetre donde el viajero encontraba refugio, o donde el emigrante aguardaba la despedida, dejando atrás tanta vida. La pizarra hecha añicos al caer de golpe ha sido su penúltimo aviso, como si se cumpliera el testamento del jefe de estación que ya no existe y resonaran los versos de un poeta que nació en un pueblo del que no recuerda nada, “como pasan esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca”. Podemos decir con él, con León Felipe, “¡qué lástima!”.

Fotografía de la estación abandonada de La Torre de Aliste tomada el 7 de junio de 2022, antes del incendio que hasta allí llegó diez días después.

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