OPINIóN
Actualizado 14/06/2022 07:52:57
Santiago Bayón Vera

Pero no les asustaba el frío o el calor, ni el lobo, ni la falta de agua en las subidas fuertes, ni se aburrían los pastores de comer lo mismo para desayunar o antes de dormirse, que lo importante no era halagar paladares devastados por la hartura sino saciar el hambre con alimentos que no se deteriorasen con el tiempo o las temperaturas, sencillos y rápidos de preparar, que les dieran la energía suficiente para desempeñar su cometido.

Porque de padres a hijos venían enseñados a aguantar temperaturas extremas, a proteger su rebaño de alimañas, a caminar muchas leguas sin beber y a tomar de la naturaleza hierbas, frutas o caza que alegrasen su monótono sustento. Y, además, porque después de siglos de comprobarlo estaban tan seguros de que su despensa –esto es, la que almacenaban en su zurrón– bastaba para alcanzar sus destinos, por lejanos que fueran, que se hubieran asombrado al enterarse de que un día sería considerada la más representativa de esa dieta sana, equilibrada y natural que hoy llaman mediterránea.

Foto: Quintanilla de Babia (Leon) Santiago Bayon Vera

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