OPINIóN
Actualizado 12/06/2022 15:05:06
Carlos Javier Salgado Fuentes

En algunos casos no todo se perdió en Cuba. Tal fue el caso de un soldado de Cerezal de Peñahorcada, al que le robaron ya en España, en el tren de regreso de la guerra, el dinero que poseía para volver a casa.

Mucho se ha hablado de lo acontecido en la guerra hispano-estadounidense de 1898, en la que España perdió sus últimas posesiones en América y Asia del que otrora fue un gran imperio, extendido por todo el planeta, en el que se decía que no se ponía el sol, ya que siempre tenía una parte en la que era de día.

Sin embargo, aquella página se cerró definitivamente en América y Asia en 1898, cuando España y Estados Unidos lucharon por la posesión de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas. De aquel enfrentamiento bélico nació la expresión de “más se perdió en Cuba”, en alusión a la pérdida de los restos del Imperio Español y la depresión moral en que cayó el país tras el fatal resultado en esta guerra, que tuvo a la isla cubana como epicentro de los combates entre españoles y estadounidenses.

No obstante, en algunos casos no todo se perdió en Cuba, sino que aún quedaba algo más que perder. Tal fue el caso de un soldado vecino de Cerezal de Peñahorcada, Pedro Martín Vicente, que nos dejó un curioso suceso tras sobrevivir al infierno de la guerra, con la dificultad que ello conlleva cuando, además, combates en el bando que acaba sufriendo el mayor número de bajas (el ejército español registró 16.000 muertos en esta guerra, frente a los 3.000 de Estados Unidos).

Y es que, precisamente al ser repatriado a España procedente de la guerra, tras el final militar de ésta, en el viaje de retorno que realizó en la madrugada del 6 de octubre de 1898 (aún estaba pendiente de firma el Tratado de París del 10 de diciembre de 1898, que oficializaría la derrota española), este cerezaleño se percató en la estación de tren de Cantalapiedra de que le habían robado las treinta y ocho pesetas que portaba, los únicos recursos con los que contaba para volver a casa.

Este hecho le causó la lógica angustia de quien, después de pasar una guerra, se ve de repente sin recursos para poder retornar a su casa y su pueblo, en una época en la que no había móviles, y ni tan siquiera el teléfono fijo se había extendido a nuestros pueblos para poder dar aviso de un suceso así a los familiares o vecinos.

En todo caso, pese al disgusto que llevó encima nuestro paisano de Cerezal en el tren, en el tramo entre Cantalapiedra y Salamanca, finalmente su historia tuvo un desenlace feliz, pues informados de ello, a su llegada a la estación de Salamanca le esperaban el párroco de la iglesia de la Purísima Concepción y el coronel jefe de la zona, el señor Infante, que le socorrieron económicamente para que pudiese afrontar los gastos de regreso a su pueblo.

De esta manera, el bueno de Pedro Martín Vicente pudo retornar a Cerezal de Peñahorcada, que volvió a acogerlo en su seno tras lograr sobrevivir a las balas en la guerra hispano-estadounidense de 1898, un logro que desgraciadamente muchos paisanos no pudieron alcanzar.

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