“Lo peor que le puede pasar a un hombre, es perder el entusiasmo. Deje que un hombre pierda todo lo que tiene menos el entusiasmo y volverá a tener éxito” (V. Arnold).
Quien carece de entusiasmo, es como un cuerpo sin alma, como un caminante sin rumbo. Cuando hablamos de una persona que le falta vida, decimos que le falta espíritu.
Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? ¿Qué hace en la vida de los creyentes?
Para hablar del Espíritu, necesitamos echar mano de los símbolos. Los más corrientes son: agua, fuego, paloma, óleo…No sabemos bien qué es, pero sentimos su fuerza, su libertad, su poder, su amor. Él es todo en la vida: luz y fuego, brisa y viento, nube y tormenta, aceite y perfume. Él reúne a los dispersos, enseña al que no sabe, es fuerza del débil, fuente inagotable de amor, luz de los ciegos. Donde hay vacío, el Espíritu se hace plenitud. Donde hay sufrimiento, se hace consuelo. Donde hay soledad, se hace amor. Donde hay muerte se hace vida. El Espíritu es don gratuito, libertad. Nadie puede manipularlo ni encerrarlo entre cuatro paredes.
El Espíritu Santo es ese poder que nos viene “de lo alto” y produce en nosotros “nuevo nacimiento”, una “vida abundante”, que se manifiesta “como ríos de agua viva”. El Espíritu es la fuerza de Dios.
Una de las palabras usadas para nombrar el Espíritu es “viento”. Es el aliento que Dios infundió sobre el barro humano y resultó el hombre un ser viviente. Y el mismo Job confiesa: “El soplo de Dios me hizo, me animó el aliento del Señor” (Jb 33,4). Es difícil comprender qué es el Espíritu. Para que Nicodemo tuviera una idea de lo que es el Espíritu, Jesús lo comparó con el viento.
El viento, a veces es brisa suave, que alivia y refresca. Otras, es impetuoso y arrastra todo lo que se pone por delante. Hay dos maneras de manifestarse el Espíritu: “en el susurro de una brisa suave”, como a Elías, o en “un viento impetuoso”, como sucedió a los discípulos.
Vince Lombardi, entrenador de fútbol americano, cuando llegó al equipo “Green Bay”, se encontró un equipo en baja forma. Se paró ante ellos y les dijo.
“Vamos a tener un gran equipo de fútbol, vamos a ganar partidos. Para eso deben tener confianza en mí y deben tomar mi sistema con entusiasmo.
Y el equipo empezó a ganar, simplemente porque todos pusieron confianza y entusiasmo en el juego.
Confiar en la fuerza del Espíritu, exige poner de nuestra parte en esfuerzo.