Está visto que la actividad sexual, como todas las cosas en la vida, tiene un precio. Aunque la última noticia es que la viruela del mono parece estar bajo un razonable control, cada poco aparece una nueva amenaza.
La Sanidad de Madrid ha conseguido muy rápido localizar el posible origen de los contagios. Esperemos que los contagiados colaboren y sigan los consejos sanitarios.
Ha sido en un local donde 300 hombres tuvieron una encuentro para compartir sexo, tomando productos químicos que alargan el deseo y la excitación durante muchas horas.
Vaya por delante que si, como informaban, eran hombres homosexuales, también pueden contagiarse heterosexuales y mujeres. El problema son las “prácticas de riesgo”, no la orientación del deseo.
Prácticas de riesgo que no son fáciles de evitar en este tipo de fiestas.
¿Qué piensa usted? ¿Qué diría si siguiera escribiendo este pequeño texto?
Enlazaré varios razonamientos críticos, en un tema siempre delicado.
En primer lugar, porque las formas de contagio son diversas y no basta con el preservativo, como usted puede consultar.
En segundo lugar, porque mantener ”sexo seguro” en esas macrofiestas, de varias decenas de horas, no es fácil, como puede imaginar.
En tercer lugar, porque las sustancias químicas que citan hace más difícil mantener la cordura y control con el sexo seguro; es decir, planificando la conducta y cumpliendo lo planificado.
Hay además otras razones para criticar estas prácticas.
Estas sustancias pueden generar adicción, producir daño cerebral y causan un daño social por los contagios y costes sanitarios.
Y un razonamiento de fondo que se puede aplicar a otras situaciones: en esta sociedad de mercado hemos convertido la sexualidad en un producto más de consumo con nuevos mitos. En este caso, confundiendo la bondad del placer de la actividad sexual (la actividad sexual es una de las motivaciones humanas y es muy placentera y saludable) con un actividad compulsiva que lleva, en estos casos, a forzar la propia fisiología, creyendo que cuanto más actividad sexual se pueda tener y más dure el deseo y la excitación mucho mejor.
Los griegos más liberales, como Epicuro, ya formularon un sabio consejo: “nada en demasía”. También tenían claro que el placer, el bienestar y la felicidad son cosas distintas.
Nuestra sociedad de consumo asocia consumo con felicidad, también en el caso de la sexualidad.
No es inteligente “pedir peras al olmo”. Tener una visión positiva de la sexualidad y el placer de la actividad sexual es muy razonable, pero convertirlo en una perversión de la fisiología sexual, forzando su naturaleza, no solo entraña riesgos, sino que es confundir “el culo con las témporas”, el placer con la felicidad.
Félix López Sánchez