OPINIóN
Actualizado 02/06/2022 08:30:11
José Luis Puerto

Nunca hay direcciones únicas, ni prácticas humanas únicas. Nada, en lo que atañe al ser humano, es unidireccional. Pese a que en nuestro presente –y ya desde hace años, acentuándose cada vez más esta tendencia, no elegida, sino en buena medida impuesta– se nos lleve a todos por el callejón de lo digital, eliminando esa cultura que nos gusta llamar de la presencia, para sustituirlo por otra cultura que, en el fondo, es la del aislamiento y la de la desaparición.

Es muy significativa, en este sentido, una fotografía que hemos visto hace poco, acaso en un cartel de estación del metro, en la que, en un banco, aparecen sentadas varias personas, incomunicadas entre sí, pero atentos todos a un móvil que ante sí tienen y que pareciera traerles mensajes de no sé qué más allá.

Pero ¿todo el mundo –como nos hacen creer– está conectado con lo digital y lo domina? No es verdad. Si lo miráramos bien y alguien nos lo pudiera decir de un modo fidedigno, descubriríamos que hay no pocos segmentos, de distintos tipos, de la sociedad, que están fuera de esa lógica.

Una lógica, la de lo digital, que es, también, la de la desaparición de lo humano, por la máquina, por la inteligencia artificial, por la de los parciales algoritmos (según los intereses de quiénes los programen y para qué), en definitiva, por el vacío.

No hay caminos unidireccionales en cualquier momento de la vida del ser humano, como parece hoy querer imponernos la tiranía de lo digital. Decía Claude Lévi-Strauss, creemos que en El pensamiento salvaje, que, en cualquier momento de la humanidad, hay diversos estratos de civilización, que van de lo más primitivo hasta lo más moderno. Y cualquier sociedad habría de tener en cuenta la existencia de tales estratos, para favorecer la integración de todos ellos en el cuerpo social.

Estos días, ha saltado a la actualidad –debido a una disposición del gobierno– que, cuando llamemos por teléfono para solucionar algún problema con esas empresas que nos abastecen, o realizar alguna consulta, habremos de poder exigir que mantengamos la conversación, no con un autómata, para terminar colgando sin solucionar nada, sino con un ser humano al que podamos interpelar.

Hace ya unos meses, la profesora del Instituto de Microelectrónica de una universidad catalana, Neus Sabaté, en alguna entrevista que le hacían en un periódico, indicaba algo muy sabio y de sentido común, y más cuando es dicho por una especialista en esta revolución digital, si es que así puede denominarse a tales cambios (¿por qué no poder decir ‘involución digital’?): “Hay que dejar el silicio, el vidrio y otros sustratos y trabajar en papel”.

Que es como decir que hay que recuperar la lentitud, la tradición consolidada y no paralizante que comenzamos a vivir desde el arranque de la modernidad. Que es como decir que hay que recuperar la cultura de la presencia, de la comunicación de unos seres humanos con otros; lejos de esos desesperantes autómatas programados que nos desesperan cuando hemos de resolver algún problema por vía telefónica.

Recuperar esa cultura de la presencia, que poderes y sectores interesados de todo el mundo están haciendo que perdamos, arreándonos como a las bestias.

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