La ciudad subdividida de este cuento no es una ciudad partida en dos, como podría haber sido la ciudad de Murcia si el proyecto de la vía del AVE se hubiera finalmente construido, partiendo a la capital en dos mitades. Se parece más al hipotético hecho de que, por seguir con el mismo ejemplo, la población de Murcia hubiera estado dividida entre dos poblaciones irreconciliables, la que estuviera de acuerdo con el AVE divisor y la que estuviera por completo en contra.
La ciudad de mi cuento está subdividida en todos y cada uno de los grupos que la componen o la intentan componer. Para romper con la vieja costumbre de hablar siempre y en primer lugar de la clase política, la dejaré en el último lugar de mi descripción.
Empezaré al azar señalando las divisiones dentro de un mismo grupo: por ejemplo con el grupo de los taxistas; los taxistas de esta ciudad imaginaria están subdivididos en dos grupos, los que apoyan unas medidas de incremento paulatino de tarifas y los que no apoyan esta resolución ni otras que les diferencian del primer grupo. Seguimos con los empresarios; también están divididos en dos asociaciones de empresarios (pero desconozco la causa de la división en este grupo). Y con los sanitarios; el grupo obediente y de acuerdo a las directrices de los directivos regionales de la sanidad pública y el grupo de los rebeldes a esas decisiones. También los aficionados al fútbol están divididos en dos grandes clubs de seguidores o hinchas del equipo local. Y los cazadores: unos están a favor de la caza del lobo y otros en contra. Los poetas también: unos escriben poemas al sol que más calienta y otros a la fría luna de enero. Y los varones: unos apoyan los movimientos feministas y otros los rechazan. Los grupos políticos también están subdivididos dentro de ellos: desde un extremo del arco político, hasta el otro, todos y cada uno tienen divisiones internas que les quitan fuerza; más que división de ideas, en los grupos políticos la división es de lealtad al líder del momento, lealtad y líder que suelen ser poco duraderos.
Pero lo más llamativo en esta ciudad del cuento, es que la pasión malsana por la división, por el enfrentamiento, la discusión o la ruptura, se ha ido extendiendo a lo largo de los años a toda la población De tal manera que si dos ciudadanos o ciudadanas discuten por algún tema o malentendido en su escasa comunicación, los amigos y amigas de uno y otro se mimetizan con la pareja que ha discutido y rompen también con los amigos/as del otro. En una misma calle, en un mismo club de lectura o de juego del tute, en una asociación de vecinos, aparecen dos bandos irreconciliables. Los más jóvenes, incluso los niños, imitan las conductas crónicamente divisorias de los mayores y se subdividen como han aprendido que hacen las células en procesos normales y también en algunos procesos patológicos.
El resultado de todas estas broncas es que la soledad crece desmesuradamente en esta ciudad del cuento y que como se utiliza tanta energía en las disputas, apenas queda ya energía para tomar decisiones o para que cada uno desempeñe su función con eficacia e inteligencia. La ciudad sigue un lento y sutil proceso de parálisis sin retorno.