"Hemos olvidado que nuestra única meta es vivir y que vivir lo hacemos cada día y que en todas horas de la jornada alcanzamos nuestra verdadera meta si vivimos... Los días son frutos y nuestro papel es comerlos" (Jean Giono)
Dado que formamos parte de una sociedad edificada sobre un sistema monetario, cada día nos vemos forzados a competir entre nosotros para ganar dinero. Y lo cierto es que muchos historiadores coinciden en que se trata de una nueva forma de esclavitud, mucho más refinada que la de épocas anteriores. Y por más que en los últimos años los expertos en esta materia haya introducido en España conceptos como “humanismo empresarial”, “responsabilidad social corporativa”, “liderazgo de valores”, “incluso conciliar la vida laboral con la familiar”, la precariedad y el malestar siguen siendo la realidad más común para la gran mayoría de los trabajadores. Y es que una cosa es la teoría y otra bien distinta la puesta en práctica.
Así para el 65% de la población activa española, la principal fuente de tensión y preocupación laboral es “el insuficiente salario que se percibe en relación con la función que realiza”, según estudios de las Universidades, aunque el sistema capitalista genera mucha riqueza económica a través del papel que desempeñan las empresas, esta no beneficia ni por asomo al colectivo mayoritario de la sociedad: los propios trabajadores. Ahora mismo casi seis de cada 10 asalariados (unos 11 millones de españoles) cobran alrededor de 1.000 euros. En cambio el sueldo medio de un director general en España ronda en bruto los 13.000, y en el caso de las empresas de Ibex la desproporción se multiplica y los altos ejecutivos cobran de promedio los 56.000 euros mensuales.
Ya no hay duda. Los genes de la angustia, de la incertidumbre, del miedo a la fiscalización de lo que nos cuesta vivir en paz; nos atrapan, y no permiten salir de su dominio sin un esfuerzo sobrehumano, es lo que dicen aquellos que dominan con satánicos impuestos nuestras vidas. Somos esclavos de nuestra condición humana. Pero también lo somos afortunadamente (si no sería insoportable) de ciertos “memes” que orientan nuestras vidas, desde la infancia: costumbres, idioma, familia, ambiente cultural, odios y amistades, principios, dignidad, pensamientos religión etcétera… ¿Quién es capaz de romper estos lazos heredados y aprendidos? ¿Quién es capaz de zafarse de esta red de comunicación, integra colosal y maravillosa?
Cierto, que también somos portadores de otros hilos que no vemos pero sentimos, los hilos de los deseos no satisfechos, de la codicia, de la pereza, de la vanidad, del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad, de la ira y de la violencia. Nadie duda de que el exceso de trabajo, la competitividad, la ambición o el afán de reconocimiento permitan lograr el éxito profesional y la respetabilidad social. Pero como bien se sabe, en el camino por alcanzar la cima de la vida material, solemos perder algo más importante: nuestra salud y nuestro bienestar emocional. La paradoja es que, cubiertos unos mínimos, la búsqueda obsesiva de dinero y de riqueza material, más allá de incrementar la felicidad, nos la quita.
Sentimos el ahogo, y notamos los lazos, cuerdas y redes, que son invisibles, como las ondas electromagnéticas que nos rodean, sin que nos demos cuenta. Vivimos inmersos en el aire, como el pez en el agua, sin que los sentidos se percaten de esas ondas, ni de las micropartículas que pululan a nuestro alrededor, que tragamos al respirar, acompañadas de virus y bacterias contra las que el sistema inmune tiene que luchar continuamente.
Fermín González, salamancartvaldia.es (blog taurinerías)