OPINIóN
Actualizado 19/05/2022 07:49:53
José Luis Puerto

Acabo de ver unas imágenes lacerantes, sobre abandono, dejadez y, en el fondo, maltrato de una residencia de ancianos…, ofrecidas por una cadena de televisión, y enseguida me han llevado tales instantáneas a esa asignatura pendiente que me atrevería a llamar la dignidad de los ancianos.

Todavía aún dentro del confinamiento, debido al covid-19, se puso sobre el tapete público la realidad insostenible del modelo de residencias de ancianos entendidas como negocios (algunos solo entienden la vida, el existir de todos como negocio y no como tarea conducente al bien común) y se llegó a decir que había que repensar ese modelo y había que variarlo. Pero, después, todo lo ha cubierto un manto de silencio, porque el mercado es sagrado, es el nuevo dios, se lleve lo que se lleve por delante.

Pero a diario nos topamos con imágenes consoladoras que apuntan al bien común, al apoyo, a la ayuda, a hacer que continúe encendida la llama de la vida de todos, cuando vemos, por ejemplo, en los primeros momentos de cada mañana a los abuelos y abuelas con sus nietos y nietas caminos de las escuelas y colegios; o cuando están con ellos en los parques.

O –y esto ya no es visible físicamente, pero sí socialmente– cuando con sus pensiones, en la medida en que pueden, ayudan económicamente a sus hijos y nietos, privándose ellos mismos de determinados bienestares, para contribuir y hacer más soportable la vida de los suyos, en una sociedad que precariza a las personas normales y corrientes con salarios muy bajos, cuando los hay, y alquileres por las nubes.

Porque el empuje ciego de la sociedad tecnológica ha ido marginando a los ancianos con esa realidad que tiende a llamarse brecha digital. De ahí que haya surgido esa campaña, ideada y lanzada por un anciano médico valenciano, de “soy mayor, no idiota”, frente a los abusos de los bancos, cuando, curiosamente, y es una estadística que han difundido los medios de comunicación, un tanto por ciento muy elevado de los ahorros que atesoran los bancos procede del sector jubilado de la población.

Cuando vemos, en nuestros pueblos y ciudades, corros y grupos de ancianos, juntos, charlando, compartiendo sus experiencias vitales, advertimos siempre que hay en ellos una sabiduría vital que una sociedad como la nuestra no aprovecha y menosprecia.

Y es que, pese al vértigo, la prisa, el individualismo, el interés particular, la lucha despiadada por la vida, que presiden la dinámica de una sociedad como la nuestra, opciones como el diálogo, la comunicación entre generaciones, el apoyo mutuo, el compartir experiencias, el escuchar las perspectivas de todos…, nos aportan una mayor humanidad a todos, así como una perspectiva más civilizadora.

De ahí esa necesidad de no perder la perspectiva de una deuda que tiene nuestra sociedad sin cumplir en buena parte: emprender acciones sociales y comunitarias en pro de la dignidad de los ancianos, en pro de la dignidad de los más vulnerables (porque hay no pocos sectores de nuestra sociedad que se encuentran en esa fragilidad social).

Porque, frente a la perspectiva del negocio, del mercado, del interés particular, siempre hemos de oponer esa otra, más hermosa y humanizada, del bien común.

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