El desarrollo desarrolla la desigualdad
EDUARDO GALEANO
Mientas que la pobreza, la injusticia y la desigualdad existan en nuestro mundo, ninguno de nosotros podrá realmente descansar
NELSON MANDELA
No podemos negar que la globalización es un tema de análisis que no podemos eludir. Para unos, es el instrumento principal de modernización y de igualdad; para otros, es la causante de que la mayor parte de la humanidad viva en la pobreza para beneficiar a los países más ricos y desarrollados. Independientemente de la posición que ocupemos en el análisis de esta realidad que estamos viviendo, parece claro que hay una mayor interacción e interdependencia de los factores y actores que intervienen en el proceso del desarrollo mundial.
Viendo las realidades de nuestro mundo, parece claro que las desigualdades son un fenómeno que nos encontramos cada día. No solo debemos subrayar desigualdades globales, también fuertes desigualdades nacionales. La extensión del comercio internacional, la movilidad de capital y de trabajo y la difusión de las innovaciones tecnológicas, parecen que han reducido la brecha entre países más ricos y los que están en vías de desarrollo. Pero parece claro, que esta realidad también ha contribuido al cambio en la distribución de la riqueza dentro de los países más desarrollados, provocando una fuerte brecha entre ricos y pobres.
Este proceso ha cambiado el clima internacional para todas las economías nacionales, modificando sus estructuras. La competencia brutal existente en el mundo globalizado está acelerando el ritmo de la innovación tecnológica, hoy la máquina y toda la maquinaria financiera digitalizada está sustituyendo de una manera acelerada la mano de obra especializada. También el proceso de liberalización financiera en numerosos países, ha reforzando la movilidad de capitales. Todo el proceso desregularización y debilitamiento de los impuestos parece una consecuencia indirecta de todo este proceso que estamos describiendo, muchas políticas lo están defendiendo para mantener la competitividad internacional.
Por otro lado, las políticas económicas priman más la eficiencia que la lucha por la igualdad. Esa eficiencia ha provocado fuertes reformas para mantener la competitividad internacional, pero están provocando un aumento fuerte de las desigualdades. Significando que esas reformas tampoco han sido muy eficientes. La distribución del ingreso en las economías desarrolladas, continuará la presión en favor del capital y la mano de obra altamente calificada, esto en detrimento de los trabajadores poco y aun medianamente cualificados. Esto supondrá, que continuará un aumento de la precariedad laboral y de las desigualdades dentro de los países, a no ser que se busquen mecanismos para corregir estas brechas cada vez más acentuadas. La pregunta, nada fácil, está en elegir la eficiencia o una mayor igualdad.
Lo que está claro es que unas tasas excesivas de desigualdad, no puede ser bueno para las economías, ya que puede bloquear el acceso al crédito, bloqueando todo tipo de proyectos personales emprendedores y de empresa. La desigualdad de acceso al crédito no sólo crea ineficiencia económica, también genera desigualdad de ingresos de mercado. Recordar que las pequeñas empresas, muchas de ellas familiares, son las que crean más empleo.
Una mayor redistribución, a través de los tributos, puede conducir a una economía menos eficiente o a un crecimiento más lento, al desalentar la inversión y el espíritu empresarial a través de los impuestos excesivos sobre el ingreso. Por no hablar que los incrementos de desigualdades conducen siempre a una mayor tensión social y a la inestabilidad política, poco tranquilizador para el desarrollo económico, muy sensible a la incertidumbre.
No es fácil buscar soluciones para esta realidad tan enquistada, desigualdades dentro de los países más ricos y pobreza estructural en los países emergentes. Lo primero que nos viene a la cabeza es la solución tributaria, pagar según los ingresos para mejorar la distribución y la desigualdad. Parece la solución más igualitaria y justa, pero existen fuertes límites políticos y económicos para elevar las tasas de impuestos, y no queda claro si una política de este tipo corregiría todos los aspectos de la creciente desigualdad. Si incluimos la deducción sobre el ingreso de trabajo, así como los impuestos indirectos sobre el consumo, muchos países de la OCDE, tienen tipos impositivos entre el 40 y 50 %, con lo que deja poco margen para elevar esos tipos.
Otros elementos que puede ayudar a mejorar las desigualdades, son los impuestos sobre la riqueza, así como buscar una mayor redistribución a través de políticas educativas, sobre todo en el acceso a la enseñanza superior. La mejora de la política educativa siempre es bueno para una sociedad, contribuye a la igualdad de oportunidades, muchos hemos experimentado esa realidad. Pero su contribución a la distribución del ingreso dependerá de otra serie de factores, como el mercado de trabajo y la demanda de mano de obra. En cuanto a los impuestos sobre las riquezas o las herencias transmitidas, puede no ser, también, muy eficaz. Equivale a gravar dos veces los mismos ingresos, cuando se recibe y cuando se transmite, lo que no es una buena ayuda para el ahorro y la inversión. Por otro lado, puede ser una lanzadera para que muchas empresas salgan del país, afectando al crecimiento y al empleo. Se está observando en las últimas políticas, una reducción de los impuestos a las herencias.
Nos queda, como elemento de actuación pública, la regularización de los mercados, y la manera como estos determinan los ingresos primarios. Vemos que, desde las políticas neoliberales de los años 80 del siglo pasado, hay una fuerte alergia en intervenir. La fuerte competencia hace que solo se intervenga en ellos cuando está muy justificado. Pero, es un clamor que muchos mercados estratégicos no funcionan de forma transparente, teniendo una gran influencia en la economía en su conjunto, pero, sobre todo, en la distribución en el ingreso. Dentro de esos mercados, hay que subrayar los financieros y laborales. Solo destacar en el primero, que somos rehenes de los bancos y del capital financiero que campa por sus anchas, amenazando el ahorro de las familias; en el segundo, podrían estar las políticas encaminadas a mejorar salario mínimo y el empleo digno. Esto último tiene mucho que ver con la dignidad humana, la solidaridad y la justicia social.