Como resumen de lo expuesto hasta aquí cabe decir que, a nuestro entender, las rutas iniciales las marcarían muy probablemente las manadas de herbívoros salvajes con sus migraciones estacionales entre los pastizales montañosos de verano y los de suaves temperaturas invernales; que en esas migraciones se inspirarían los ganaderos de las épocas romana e inmediata anterior y los que continuaron las prácticas trashumantes o volvieron a ellas en la Edad Media, y que ya quizá por entonces el hombre habría hecho camino de esas cañadas que el paso de los animales labraron con sus desplazamientos estacionales. En principio tales caminos serían sólo de herradura. ¿Por qué no, si por ellas pasaban, además de rebaños lanares y caprinos, las hateras de los pastores e incluso hatos vacunos? Después sirvieron para la carretería. Tampoco había motivo de prohibirlo, dados los antecedentes: ¿no coincidían en muchos parajes la cañada de la Vizana y la calzada romana de la Plata? Con ello, esas vías de tránsito humano, montadas en no pocos trechos sobre las cañadas, llegaron con categoría de caminos reales hasta que en tiempos más recientes se transformaron en carreteras.
Foto: Coruña del Conde (Burgos) Santiago Bayon Vera
La explicación de tanta coincidencia itinerante de hombres y animales se halla en los condicionantes físicos. El solar peninsular es el resultado final de la contraposición, a lo largo de millones de años, de unas fuerzas endógenas y otras exógenas. Entre las primeras, destacan las fases finales de los plegamientos de la era terciaria, esto es, los alpinos. Encontraron unas partes endurecidas por empujes anteriores y por surgencias magmáticas. y a la vera de ellas, extensas sedimentaciones de materiales que los agentes exógenos —cambios térmicos, lluvias, viento, etc.— habían arrancado a aquéllas. Con los sedimentos, de gran plasticidad, los empujes formaron arrugas de elevaciones y depresiones o, lo que es igual, anticlinales y sinclinales. Las endurecidas, debido a su misma rigidez, no pudieron plegarse y se fracturaron, de tal manera que, por las fallas, unos bloques se deslizaron hacia arriba y otros lo hicieron hacia abajo. Son, respectivamente, los horsts y las fosas tectónicas. Las fuerzas exógenas continuaron y prosiguen su actuación arrancando materiales a los anticlinales y a los bloques elevados y depositándolos sobre las partes deprimidas. Debido a la gravedad, las aguas que descargan las nubes sobre las alturas terminan canalizadas en torrentes, arroyos y ríos, que se deslizan hacia las zonas deprimidas, en las que su propio paso va a su vez excavando, arrastrando los materiales que arrancan y orillándoos. Tras esa larga historia geológica, expuesta de forma tan tosca y esquemática, la resultante es el conjunto de cordilleras, fosas, mesetas y depresiones que ahora constituyen en líneas generales el conjunto orográfico del solar peninsular.