Es de madrugada, a veces, cuando escribo, intentando arañar entre los pliegues del alma un contenido que dé forma a estas pobres palabras, pero en ocasiones huelgan, huyen, atraviesan senderos confusos y no generan simiente alguna, como quien mira al techo en busca de inspiración; como quien, a cobijo en la tormenta, no se inmuta por sus truenos; como losa que se empeña y logra en predominio su primer plano sin despeñarse ni desaparecer.
Las piedras del fondo del río se van puliendo con el paso del agua. Su desgaste lento y pausado genera las formas más bellas, que serán guardadas como joya perfecta en el fondo de un tibor.
Somos un cofre, se me ocurre, y nuestro interior está lleno de vivencias y recuerdos. Sería bueno que cuando los vayamos tejiendo, día a día, elijamos bien cada respuesta para que en nuestra cesta no se acumulen frutas picadas, frases manidas, vivencias indeseadas o palabras baldías.
Al azar se le antojaba un sueño y prefirió vestirlo de agua, de gasa blanca que se pegaba al cuerpo, despertando todos los caminos que siguen tan voluntariamente las arrugas, cubiertas de amor o risa, esa felicidad tan eterna que se volvía líquida por el camino.
Sed, tener sed, avidez de todo en esta espera remota, mientras el mundo nunca duerme, dando vueltas sobre su eje.
Mercedes Sánchez