OPINIóN
Actualizado 10/05/2022 09:34:44
Charo Alonso

Entre la Facultad y la casa de mi madre florecía una biblioteca, antiguo chalet de cuando la avenida era campo y los señores del comercio provinciano se hacían sus casitas con jardín, sus retiros de ladrillo rojo y atrevimientos art-déco que tiraron las piquetas de la modernidad para hacer las avenidas de los edificios donde todos queríamos vivir a despecho de la belleza. Un edificio delicado, un rastro exquisito al que vaciaron entero para hacer una biblioteca municipal que yo recorría, el dedo acariciando los lomos, leyéndomela entera. Mi camino de vuelta tras las clases tenía carnet de biblioteca y libros prestados que metía en la carpeta…

Yo era de las que estudiaron la carrera sobre el duro banco de la biblioteca. Acampaba con mi estuche de pinturas, mis folios y cuadernos y me iba a tomar café a las Caballerizas con Miguel Benito y Gustavo que siempre sabían cuando había que volver al potro de la paciencia. Y así transcurrían las tardes y al volver, si estaba abierta, volvía a pasar por la biblioteca. Allí conocí en una charla a un señor mayor de habla pausada, Gonzalo Torrente Ballester, que presentaba el libro de poemas de quien luego sería amiga en las risas y en los versos, Charo Ruano, con la que me confunden sin saber que es un halago. Y era Charo, involucrada siempre con las bibliotecas de la memoria, quien me llevó de la mano a la Feria del Libro a extasiarme con la idea de hablar de libros… y quien me enseñó a no destriparle al personal el final de la novela y a dejar hablar al autor. Mira que era yo ignorante y entusiasta… ahí en el púlpito magnífico de la carpa de la Feria del Libro, donde tantas voces maravillosas hemos escuchado, donde me enseñó Paco Bringas que los escritores no vienen a vender un libro, sino a mostrarnos una verdad que nos hacía falta.

Desde entonces asisto a la Feria del Libro admirada por la organización que requiere. Viendo al equipo de la Biblioteca Municipal viviendo literalmente en la calle, a la intemperie de la lluvia, el frío, el sol y hasta las quejas. Todo tiene que funcionar y funciona: encuentros con los colegios, teatro, música, encuentros, charlas, conferencias, firmas, casetas donde se vende y se intercambia… la ciudad pasa por la Feria en círculo por la Plaza que es nuestra y que se convierte en Biblioteca de todos en compañía de las terrazas, del café, la caña, la copa y la tapa… dando aún más interés a la ciudad letrada, una semana de luz y de portada. La Plaza Mayor para la Feria del Libro y la Feria para la Plaza, a despecho de quienes se quejen de que afean las casetas la visión de un monumento que amamos, día a día, cuarto de todos, lugar que habitamos.

Se llena de palabras esta Plaza nuestra, de palabras y de emociones. Llegó Luis Landero y vio gente a las puertas y pidió que se abrieran aún más para que todos entraran. Y cuando atravesó el pasillo, el aplauso se hizo un solo, mantenido gesto de bienvenida que él sonrió mientras se sentaba, sonriente, pleno. Y hoy he recordado ese gesto soberano porque ha abierto la Feria Theodor Kallifatides… y cuando este hombre bueno ha entrado en la carpa llena, el aplauso ha sido sentido y también, soberano. Y este hombre de Europa, griego de Suecia, filósofo, poeta y novelista… se llevó la mano al corazón en señal de gratitud eterna. Entonces Isabel Sánchez, timonel de esta nave que surca el mayo de las letras, no pudo por menos que sentir que todo este trabajo merece bien la pena.

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