OPINIóN
Actualizado 07/05/2022 09:17:12
Ángel González Quesada

“Menos tu vientre, todo es oscuro”. MIGUEL HERNÁNDEZ.

Fruto y consecuencia de las reaccionarias mayorías vitalicias establecidas en el Tribunal Supremo de EEUU por la administración Trump, la noticia, filtrada oportunamente como globo-sonda, de que ese tribunal se dispone a derogar un derecho tan fundamental como el del aborto, es una de las evidencias que reflejan la imparable deriva totalitaria y, consecuentemente, de recorte de libertades públicas, que no solo en el país de Lincoln, sino en la mayoría de las naciones mal llamadas desarrolladas, amenaza retrotraernos, a todos, a los más oscuros tiempos de la imposición y la barbarie.

Un derecho como el de la libertad de la mujer para interrumpir su embarazo, es decir, el respeto a la libre decisión sobre su propio cuerpo, ha estado siempre sometido al chantaje de una religiosidad intimidadora como es la del cristianismo y sus derivados católicos, apostólicos y romanos, tan pernicioso como los peores fanatismos, que pretende condicionar la ley con sus creencias, liturgias, rituales y vetos, tan caducos como su propia intransigencia, incapaz de aceptar que sus pecados sean solo suyos.

La gran alarma causada en las mentes libres de fundamentalismos por la filtración del proyecto fascista estadounidense, no se limita a la inquietud por la amenaza al derecho concreto al aborto, sino que alimenta el creciente temor de que el avance de la derecha reaccionaria en los países desarrollados cristalice en una situación parecida a la de los peores extremismos dictatoriales de tipo religioso, y propicie un recorte institucional de derechos conquistados progresivamente a través de los años y de grandes luchas y movilizaciones sociales. La indiferencia con que hasta ahora se contemplan en el mundo los crecientes avances de la ultraderecha, está generando una peligrosa desatención hacia los cambios, los recortes, los retrocesos, las reducciones y los chantajes sociales del fascismo, logrando que el mundo se acostumbre con impasible apatía a convivir con la imposición, la desigualdad, el machismo, la xenofobia, el racismo, la marginación o la injusticia social.

Obstaculizar, impedir o prohibir el derecho al aborto, que es uno de los eslabones de la larga cadena con que el fascismo internacional intenta asfixiarnos en cualquier parte del mundo, no es únicamente ni aisladamente el veto del ejercicio hacia ese derecho fundamental, porque en la naturaleza de esa prohibición, en el núcleo mismo de su sentido alberga, irradia, acarrea, contiene y busca un proyecto del mundo radicalmente injusto, desequilibrado, abstruso y criminal. Aceptar hoy ese veto al aborto, callarse ante su imposición o creer que porque se sustancia en un país ajeno no afecta a todas y cada una de las mujeres y hombres de todo el mundo, significa consentir con la desigualdad de los seres humanos, denota transigir con el machismo que se enseñorea en cada respiración y cada esquina en sus mil perversas formas e implica tolerar todos los giros del fascismo.

La dignidad no se negocia y para conseguir una vida buena a veces es preciso renunciar a una buena vida. El libre ejercicio de los derechos de las personas no puede depender de gobiernos ni jueces, y mucho menos de obispos, imanes o patriarcas. La lucha por la igualdad y la justicia nos da medida de nuestro honor, y mirar al otro, de nuestra decencia. La sumisión nos empobrece, la resignación nos insulta. Los derechos no son prestados ni concedidos, sino propios. Cualquier ataque a una mujer es un ataque a la Humanidad. Cualquier defensa de un derecho, es la defensa de todos los derechos. También el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. También.

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