Vigilados, estamos sometidos a una vigilancia digital diabólica, solo admisible cuando se realiza con autorización judicial, expresa y limitada. En estos días ha salido a la luz, ocupado a los medios de comunicación y a la opinión pública el caso Pegasus, un programa desarrollado por una empresa israelí, NSO Group, cuyo historial en relación con la vigilancia digital es un tanto preocupante.
En España, el Presidente del Gobierno, ministros, líderes independentistas y otros, han sido sometidos al espionaje por medio de esa vigilancia digital. Nadie está a salvo de ella. Instituciones, empresas, familias, líderes políticos, económicos o sociales y hasta el ciudadano de a pie, están bajo la lupa de programas como el citado, que se meten en los dispositivos de comunicación de sus víctimas y una vez instalados, sin el consentimiento del usuario y en remoto, se accede a correos electrónicos, mensajes de todo tipo, documentos multimedia, llamadas telefónicas, contactos, cámara, micrófono y demás elementos de la comunicación política, económica o social.
No sabemos cuándo ni cómo terminará este culebrón, iniciado hace unos días, que tensiona a la mayoría parlamentaria, al Gobierno, la política y la sociedad. Por lo visto hasta ahora, en el espionaje realizado con Pegasus se pueden apreciar tres vías de vigilancia digital: la admitida por el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) a determinados lideres independentistas catalanes, hecha de forma legal, con la oportuna autorización judicial; otra más masiva que denuncian otros independentistas, cuya autoría aún no se conoce; y la realizada al presidente del Gobierno y sus ministros, que afecta más directamente a la seguridad del Estado y cuya autoría se apunta a que sea extranjera, pero aún sin determinar. Todo ello pone de manifiesto la vulnerabilidad, incluso, de aquellas comunicaciones teóricamente más protegidas y seguras. Peligrosa vulnerabilidad que afecta a uno de los pilares de la democracia.
Tampoco sabemos las consecuencias políticas de este espionaje. Sí hemos podido ver cómo este caso de espionaje ha servido de percha, para que algunos grupos políticos hayan practicado el filibusterismo, ese obstruccionismo parlamentario, dando su sentido del voto a algo que nada tenía que ver con el tema a debate, e intentando que no saliera adelante el Real Decreto-ley por el que se adoptan medidas urgentes en el marco del Plan Nacional de respuesta a las consecuencias económicas y sociales de la guerra en Ucrania y que tanto necesita la ciudadanía, para una vida mejor.
El espionaje siempre fue un área de difícil acceso y complicado entendimiento para la mayoría de los ciudadanos, cuando no para una parte de la clase política y hasta para los técnicos implicados en el mismo. Y, siempre, con consecuencia complejas y de alta intensidad. Cuando, además, se mezcla con las pugnas partidarias, sufre la democracia.
Estamos en los inicios de una nueva era, la era digital, que nos obliga a ir dejando el estado acomodaticio en el que estábamos, para ir asumiendo una realidad nueva que nos inquieta. Las tecnologías y los cambios tecnológicos de las últimas décadas, nos han traído una realidad más compleja y han provocado profundas modificaciones estructurales en las relaciones laborales y sociales. Cambios tan profundos que, en determinas circunstancias, se puede hablar de una cierta esclavitud digital de la cual solo podemos librarnos en el trabajo por medio de una desconexión digital, pero que no resulta fácil hacerlo en los aspectos sociales. Por lo que ya sabemos y lo que está por venir, la desconexión digital debería ser un derecho fundamental, en ello está trabajando la Unión Europea.
Estamos vigilados y, por tanto, controlados. La lucha de décadas por la libertad se ha topado con una especie de manto digital que, de una forma líquida, se filtra por todas partes, para que determinadas organizaciones, corporaciones o grupos, controlen nuestros movimientos, sepan nuestros gustos, necesidades, apetencias, sepan más de nosotros que nosotros mismos.
En la década de los noventa ya apuntábamos en “La Sociedad de la Información. Vivir en el siglo XXI” (Aguadero, 1997) las innovaciones y beneficios, pero también los peligros que traía el posible mal uso de las nuevas tecnologías y de lo digital, especialmente por la limitación de libertades, derivadas de un mayor control y de fácil acceso a la vida privada, menoscabando el derecho de comunicación que libremente tienen los ciudadanos.
La tecnología siempre estuvo presente en el control de transacciones comunicativas, pero se está convirtiendo, también, en un arma potente para violar los derechos humanos, espiando, acosando e intimidando a los defensores de aquellos. Así como para controlar la vida de los ciudadanos en sus movimientos, necesidades o comportamientos de compra. Gobiernos y empresas de todo el mundo manifiestan que esas herramientas de vigilancia digitales solo se utilizan contra el terrorismo y la delincuencia, pero la realidad es que se utilizan, también, de forma ilegítima, contra ciudadanos defensores de sus derechos y libertades.
El concepto de Ciberseguridad se está imponiendo por necesario. En el campo de las instituciones y las empresas se espera que los expertos en ciberseguridad sea una de las profesiones más demandadas en un futuro, tan cercano que es ya. Pero ¿y el ciudadano?, ¿cómo se protege el ciudadano? No basta con que los gobiernos de turno se escuden y utilicen como excusa la seguridad del Estado. Cuando se puedan estar cometiendo violaciones de los derechos humanos o del ciudadano, es preciso actuar con contundencia y dar las explicaciones necesarias, porque los ciudadanos tienen derecho a estar protegidos y a saber la verdad, especialmente de aquello que les afecta, de lo contrario, se mina la confianza.
El tema del espionaje es un asunto grave, pero está tan sobredimensionado, políticamente, que el ciudadano puede tener la sensación de que se trata de rencillas políticas o de sacar tajada por parte de algunos políticos, en lugar de que aquellos les saquen las castañas del fuego a familias, empleados y autónomos, preocupados por la carestía de la vida, el empobrecimiento y las cosas del comer. No es de extrañar que el ciudadano se sienta un tanto abandonado y caiga en las redes de populismos extremos. Hace falta más cordura, sensatez, responsabilidad y empatía.
Les dejo con Música de Espías y Detectives
https://www.youtube.com/watch?v=Ux71mdKwAXE
Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 6 de mayo de 2022