Un día, de pronto, comenzó a caminar como nunca lo había hecho, casi balanceándose, como una hoja cuando es mecida por el viento.
Empezó a vestir una sonrisa, tan intensa, que nunca había conjuntado tan bien con su rostro, pleno de felicidad.
Inició su interés por otras publicaciones para formarse, para empaparse bien de todo el proceso.
El tiempo, inexcusablemente, decidió medirse no en horas, o en días, ni siquiera en meses, sino en semanas.
Recibían su atenta mirada escaparates a los que jamás había prestado atención.
Sus zapatos entraban en lugares en los que nunca había pisado.
Y la casa fue adquiriendo un protagonismo inusitado, siendo prioritario todo aquello que, hasta entonces, nunca lo había sido.
Aquella habitación, casi vacía, se iba llenando poco a poco. Primero, de ideas, de opciones, de imaginación, y luego, de colorido en las paredes, de esperas esperanzadas, de perchas diminutas de las que pendían pequeñas prendas de tonos delicados.
Cada día aprendía para qué servía éste o aquel objeto, e iba delimitando mentalmente una frontera entre lo necesario y lo accesorio, entre lo útil y lo banal. Pero, de vez en cuando, sucumbía ante las monadas que iba encontrando en su camino.
Al final, la nueva vida cambió los horarios, modificó las normas, las costumbres anteriores, y aquel hogar cada día olía más a colonia de bebé.
Las estancias fueron testigos de caminatas a un lado y a otro con paso tambaleante sujeto de las axilas, y el reloj se ponía a dar vueltas como loco y a generar tanto viento que marchitaba todas las hojas de todos los calendarios.
Ay que ver cómo crecen, se oía decir tan a menudo, cómo comen, cómo juegan, cómo empequeñece la ropa, cuántas velas en los cumpleaños…
Ahora ya nadie usa patucos, sino calzado deportivo que apenas cabe en los zapateros, visten ropa que casi no entra en los armarios, duermen en camas que parece que se salen de las habitaciones, y cualquier día incluso les asoman los pies por el pasillo, mientras todo se llena de cargadores de móviles, de libros electrónicos, de pantallas a las que todos miran y que todo lo ven.
Saltando entre recuerdos, se asombra de nuevo ante las zancadas del tiempo.
Ellos, que saben que es única, mirándola en silencio, se hacen gestos y sonríen pensando en el alegrón que se va a llevar cuando vea la sorpresa que le están preparando.
Dedicado a todas las amorosas madres.
Mercedes Sánchez