OPINIóN
Actualizado 20/04/2022 09:39:48
Álvaro Maguiño

No sé muy bien qué está pasando. Se supone que son los días que se suceden con sus tardes y con sus noches, pero debe haber algo más que jornadas sin más. La primavera pasa con sus “primaveradas”, las escaleras que subo y bajo cada día a una velocidad constante, las diapositivas en una clase en penumbra, los bostezos de eternos cinco minutos. Rutina que, extrañamente, no es cotidiana, pero tampoco es extraordinaria. Extraordinarias van a ser las maratones educativas para plusmarquistas con un entrenamiento previo de tres días. Sí, debe ser eso justamente lo que pasa.

El caso es que las últimas dos semanas del trimestre pasado no parecían ser la antesala de lo que puede ser considerado infierno, es más, eran similares a jugar a las cartas en verano. Primero se barajan las cartas quitando la sota, el caballo y el rey, luego se reparten y a empezar la partida. ¿Fácil? No, porque no se tiene una buena mano, pero hay que intentarlo. Lo inesperado era que esa misma mano es la que se tendría que jugar en los días imposibles. Sin as, ni compinchado con el de al lado. Alguno que yo conozco se atrevió a decir las palabras malditas sobre estas semanas “yo creo que sobran, son días vacíos” y ahora quizás, solo quizás, se ha dado cuenta que eran de todo menos un día más por no tener exámenes.

Puede que me haya dado más el sol de lo que acostumbro, pero yo no creo que exista eso de “días vacíos”. De hecho, hasta me molestó la expresión tan injustificada, pero claro, hecha desde su punto de vista, con sus minutos y sus circunstancias y mi defensa del acusado con sus aires y su comodidad. Más especiales son los días sin prueba escrita u oral, más imposibles que los propios días imposibles. Más densos, sin duda. De alguna manera, hemos aceptado que lo normal es asistir a clase con nervios y con un humor insoportable y que los días de aprendizaje son como fuegos artificiales, brillando solo un instante y luego siendo un hueco vacío en la noche de San Juan. Y a seguir con la misma estrategia para ganar la partida de cartas. En fin, daños colaterales de los días imposibles tan extraordinarios como cotidianos.

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