Profesora de la Universidad de Salamanca, ha sido galardonada por su obra 'Incendio mineral'
Me parece que ya no se asoma al ojo de buey de la Plaza de Anaya, que ahora son otras las ventanas desde donde mira la torre del Mariquelo. Pero sigue estando allí, excepto cuando cruza el mar y se va a ver si América piensa en ella. Hace muchísimos años, cuando era solamente una sospecha de Valladolid, un muchacho y una muchacha bajaban las escaleras de los estudiantes. Enamorados y alegres, cómo no estarlo a los 20 años. Un niño cautivo les mira con ansia mientras atraviesa la plaza acompañado de un cura camino del coche de línea que le llevará a la sierra de los helechos, a 55 kilómetros de la vida. El niño cautivo se esfumó en el tiempo y ahora es un viejo al que le llegan ensoñaciones así. María Ángeles Pérez López, premio extraordinario de doctorado de la universidad de Salamanca por su estudio de Vicente Huidobro, trabaja en la casa como profesora titular de literatura hispanoamericana. Prologuista de Nicanor Parra, de Juan Gelman, y de Ernesto Cardenal, el cura poeta que propuso a la española para editar sus obras completas o no había trato con la editorial Trotta. Es miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua y de la Academia de Juglares de Fontiveros, donde los ancianos se emocionan al mentarla. Y sobre todo ha escrito los libros donde la poesía se regocija hasta el infinito. El último de ellos, "Incendio mineral" tiene la culpa de que un jurado de expertos le haya concedido el Premio Nacional de la Crítica. Sucedió el pasado día 9 y hoy el niño cautivo abandona los helechos y vuelve para majar las palabras con ella.
Valentín: Voy a empezar con una frivolidad, aunque si pienso mientras digo esto a lo mejor no es tanto porque quizás seamos hijos de nuestro paisaje que nos condiciona o nos conforma. Aunque siempre nos quedará la rebelión ¿Estoy hablando con una poeta de Valladolid, de Salamanca, o de Fontiveros?
M. Ángeles: Me gusta pensar con Jorge Drexler que las fronteras se mueven, como las banderas, y que somos un poco de todas partes aunque no parezca posible más que en la fuerza del deseo. Así que me siento una poeta de Valladolid (donde nací y viví mi infancia hasta los 11 años), de Salamanca (donde he estudiado y donde trabajo, la ciudad en la que han nacido mis hijos, donde viven las personas que más quiero y que he caminado tanto que es ya mi segunda piel) y de Fontiveros (el pequeño pueblo abulense en el que nació el grandísimo poeta que es San Juan de la Cruz, cuyas palabras desataron el acercamiento al lenguaje para mí). No sé responder eligiendo porque no podría hacerlo.
Valentín: En realidad la geografía humana tiene mucho que ver en nuestra capacidad de decidir cargada de futuro. Un ejemplo es María Teresa León que encontró su condición de mensajera libre al abandonar la asfixia férrea castrense de su familia militar y crecer mentalmente en la casa culta de Menéndez Pidal.
M. Ángeles: Sí, así es. A mí la poesía me ha regalado las ventanas y caminos que a veces la vida no me ha permitido, esos itinerarios por la profundidad y la superficie de tantas geografías (la física, la humana, las imaginarias) en las que reconocer nuestros límites y dificultades y también intentar situarlos lejos, de modo que entre la distancia y la cercanía se dé una clase de verdad que nos compete.
Valentín: He mentado a María Teresa León y me viene al pelo para levantar una cuestión. Yo creo que en su prosa de "Memoria de la melancolía" hay a veces más poesía que en algunos poemas de su marido Alberti. Te lo digo porque en "Incendio mineral" has elegido el poema en prosa, y eso no es fácil. Caminas siempre en el filo de la navaja. Yo creo que "Incendio mineral" es una muestra de ese buscarte siempre en nuevas expresiones poéticas.
M. Ángeles: No deseo repetir lo que he podido llegar a conocer porque me preocupa esa parte mecánica, y por tanto menos apegada a su piel, su condición no humana. Quiero buscar aquellos espacios poéticos en los que se da una tonalidad exigente y personal del idioma. Así me ocurrió con el poema en prosa en “Incendio mineral”, que es la primera vez que he empleado porque me pareció que se asemejaba a nadar en mar abierto, a ser espeléologa de alguna capa del lenguaje que no había podido atisbar en el poema en verso libre o incluso en el haiku o el collage de textos. Entrar en mar abierto, saber que no había orilla, que debía sumergirme en esa inmensidad e intentar bracear en ella fue el gran reto porque me estaban retando grandes preguntas: ¿mi cuerpo choca contra los pronombres? ¿qué dice la palabra nosotros? ¿y si soy nadie?
Valentín: A propósito de la prosa poética o del poema en prosa - tan valorado en la literatura francesa- recuerdo mi complicidad larga en el tiempo con Paco Umbral. Me atreví a decirle que si no había escrito una novela definitiva era porque en realidad no acertaba a terminar ninguna. Cuando lo dije en Facebook, me crucificaron: ¿Cómo que no? ¡"Mortal y rosa" es una gran novela! Eso oí. "Mortal y rosa" no es una novela sino un poema, más concretamente una elegía.
M. Ángeles: Los grandes libros (“Mortal y rosa” lo es) a veces cruzan fronteras genéricas porque no se acomodan en ningún molde (no lo necesitan, o mejor aún, necesitan ponerlos en cuestión para que una alta intensidad del lenguaje, de la vida y la muerte, pueda alcanzarse).
Valentín: El poema en prosa de Umbral fue una vomitona y una catarsis inevitable. "Incendio mineral" ¿es, en el buen sentido, una premeditación formal tuya, algo más pausado, o es una consecuencia de algo?
M. Ángeles: Tardé mucho tiempo en encontrar el modo en el que decir el libro. Probé caminos y los descarté, borré y taché muchísimo, no sabía hacia dónde me estaba dirigiendo, no me servía ninguna de las brújulas anteriores. Pero recordé con Vicente Huidobro que los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte, y busqué mi norte en ese lenguaje con el que intentar aproximarse a mí misma, a los otros, lo otro, todo lo otro incluido lo inerte. No hubo premeditación formal, no habría sabido antes de escribir el libro cómo escribirlo. Fue en el acto mismo de la escritura donde sentí que tropezaba contra altas paredes, descartaba y tachaba casi todo hasta que apareció el poema en prosa como mar abierto, contenido dentro de una pequeña mina a la que bajaba cada noche a buscar una astilla de luz.
Valentín: Hay una eterna beligerancia sobre los premios literarios. En este tuyo se acaban los debates porque te lo han dado 22 prestigiosos críticos de la literatura, gente que vive a diario leyendo y analizando lo que escriben los demás. Tengo la sospecha de que tú concuerdas con ellos y no porque te han premiado sino porque desde que salió el libro yo te atisbaba un cierto entusiasmo por él.
M. Ángeles: Siento gran cercanía con este libro, no porque sea el último sino porque creo haberme acercado un poquito más a esa relación con el todo y sus partes que tanto me preocupa: un rostro, cada rostro, el mío, los amados rostros de mis padres (Pérez, hijo de Pedro, hijo de piedra; López, hijo de Lope, hijo de lobo), los de quienes no conozco ni conoceré pero sabiendo que en cada rostro particular también estamos escritos porque la condición de lo humano (y su lenguaje) nos une.
Valentín: Si no me fallan las cuentas, has escrito trece libros. No son muchos para tu fecundidad creadora, creo que empezaste tarde ya me dirás por qué. Aunque son suficientes para consagrarte en España, Venezuela, México, Ecuador, USA, Colombia, Perú, Italia y Portugal. Eso nos produce a los que te leemos un estado feliz, pero también alguna inquietud cuando te vemos arriesgar en "Interferencias", por decir una sola vez en que nos hemos preguntado: ¿A dónde va? Y mira que yo soy vicioso del inconformismo.
M. Ángeles: He escrito alguno menos porque empecé muy tarde a publicar. Comencé a esbozar versos a los 13 o 14 años pero no publico mi primer libro hasta tener 30 y por un azar generoso, ya que tenía atragantado en la garganta el lenguaje académico y pensé que no podría compatibilizar ambos mundos. Pero después, cuando me doy cuenta de que debo lograr un espacio para ambos lenguajes en mí, la creatividad va soltándose. Por eso los últimos años son mucho más fructíferos. Y no quiero tenerle miedo a ningún riesgo, incluido el que asumí en “Interferencias”, donde ninguna palabra es mía salvo los títulos: cada texto está formado por palabras ajenas con las que escuchar el presente, porque la gran poesía habla de muchas formas y sigue diciéndonos en este aquí. La “interferencia” entre un soneto de Shakespeare y los enlaces de Google sobre cirugía estética, en un mundo que cultiva tanto la imagen personal y olvida a las personas, me sobrecogió. Así se dieron las demás.
Valentín: Te digo esto porque cuando yo era nocturno y habitaba las salas de Madrid empezó a circular entre las vírgenes que a los 20 años querían ser poetas el infundio de que había un señor mayor que sabía aconsejar muy bien. En realidad el señor mayor seguía siendo un seminarista que ya sabía que no se podía llevar uno la vida por delante. Pero yo les pedía que a los 20 años no podían escribir lo que ya estaba escrito, que buscasen como buscó Pedro Casariego, aunque eludiendo la tragedia. Y en cada libro que publicas veo la solidez de esa consagración de que te hablaba pero también la inquieta frescura de tus 20 años.
M. Ángeles: Ojalá sea así. No quiero perder el asombro, la fascinación ante lo desconocido (y conocido) por diminuto que sea. En “Incendio mineral”, la lombriz, la avispa y la abeja o las llamadas hormigas del asfalto me enseñaron a mirar. Intento escuchar su lenguaje casi ininteligible. Intento que cada libro responda a su propia temperatura verbal, sea el riesgo que sea.
Valentín: Entre los pilares que sostienen tu obra literaria hay algunos constantes. El dominio apabullante del lenguaje que te hace amar al idioma, ese idioma que en tus manos parece multiplicarse; el influjo de la Naturaleza; y el compromiso con el universo donde habitas.
M. Ángeles: No me parece que puedan separarse verdaderamente las palabras y el mundo, los otros y lo otro, la naturaleza y la cultura, el compromiso y la búsqueda de la belleza y de la luz. Porque tampoco en nosotros puede separarse un brazo del cuerpo sin que hayamos de llamarlo amputación.
Valentín: ¿Por qué el primero fue Vicente Huidobro?
M. Ángeles: Porque “Altazor” hizo que mi cabeza saliera volando, sorprendida, hacia alturas del idioma que no había podido imaginar. Y en ese libro están amor, muerte, tiempo y lenguaje como si un paracaidista inaugurara el cielo.
Valentín: Tengo la impresión de que en algún momento de nuestra historia literaria fue América la que salvó el idioma. Y no lo digo por el llamado boom literario del realismo mágico porque este ya estaba con nosotros desde antes de Cunqueiro e incluso de Valle- Inclán.
M. Ángeles: En América el idioma ha tenido una tradición menos larga y se ha mezclado y cruzado de modo mucho más fuerte. Además, las vanguardias del siglo XX y otros momentos de ruptura han sido verdaderos seísmos. Incluso antes, en el modernismo literario vivió una eclosión prodigiosa. Siento que somos parte de un territorio, el del español, amplio y diferenciado, en el que hay muchos matices y posibilidades. Conocerlas, disfrutarlas, dejarse retar por ellas, es ampliar los límites, sentir que de algún modo también nuestras palabras se mueven, como fronteras y banderas, por volver a Drexler.
Valentín: Tú eres profesora y escritora. Ese pluriempleo ya lo han hecho varios. Antonio Machado fue un gigante de la literatura y de la filosofía. Pero no sé si un buen profesor. Le gustaban más las noches de Madrid que el estudio, recuerda que acabó el bachillerato a los 24 años y eso que su padre le cambiaba de instituto. Cuando se tuvo que poner a trabajar e irse a Soria (7.000 habitantes entonces) se quiso suicidar y así se lo comunicó a Juan Ramón Jiménez. Y luego su berlanguismo con los telegramas cuando estaba en Segovia: el viernes se venía a Madrid y el lunes, cuando debería estar dando clase en Segovia mandaba el telegrama famoso: perdido hoy el tren; y el de mañana, también. A Gerardo Diego, que me introdujo en la vida literaria de Madrid (y a quien le debemos el nombre de Generación del 27) no logré traducirlo. Me llamaba a su tertulia con los fieles y él hablaba poco. Se ensimismaba y cuando le preguntabas ¿En qué piensa, don Gerardo? Su contestación era surrealista: No, en nada, en general. Pregunté a quienes había sido sus alumnos y había respuestas para todos los gustos.
Estoy dando demasiados rodeos para preguntarte cuál de las dos pasiones que hay en ti puede más.
M. Ángeles: Soy una poeta que tiene la alegría de ser profesora de literatura y puede compartir una parte de su pasión en el ámbito profesional. Pero sé que podría hacer otro trabajo, lo que no podría es dejar la poesía porque es mi respiración, aquello que me permite saberme en el tiempo.
Valentín: A la literatura se llega por muchos caminos. Cuando nombraron a Echegaray ministro de Hacienda su mujer le dijo: ¿Tú llevando la economía de este país? Pero si lo único que sabes es escribir. Y cuando le premiaron, la gente comentó: Pero si este lo único que sabe es de números… (Yo creo que ni lo uno ni lo otro).
Me imagino que desde las aulas tu camino ha sido más natural.
M. Ángeles: Jajajaja, espero que sí… Dar clases de poesía hispanoamericana nutre mi condición de poeta, del mismo modo que sé que como poeta, mi modo de leer los textos y situarme ante ellos está atravesado también por esa condición. De algún modo son espacios fuertemente vinculados, aunque sin duda la poesía me conforma mientras que la docencia universitaria es una circunstancia que me parece natural, pero podría no haberlo sido.
Valentín: Lo bueno de la literatura es que procura libertad. Aunque en Valladolid me corten la cabeza, yo creo que una cosa son los versos y otra la poesía. Por ejemplo pienso que Zorrilla es el mejor versificador, pero no veo en él un gramo de poesía.
M. Ángeles: La poesía es una aventura que puede darse fuera del verso (los más de cien años de poema en prosa así nos lo hacen sentir) y también fuera del papel o del libro. No está sometida a ninguna forma concreta, tan solo como un hecho de lenguaje que puede saltar de un grafiti a un poemario o una canción de cuna. Su singularidad en relación con las palabras que usamos cada día, su nivel de tensión e intensidad con respecto a la condición instrumental de muchas de esas mismas palabras del día a día (porque no son necesariamente otras) es lo que da para mí la condición del poema. Versificar y escribir poesía pueden estar muy alejados.
Valentín: El escritor en este país tiene escasa consideración social. Yo he visto la mofa en las redes sociales, algo que no se hace con los notarios. Y sin embargo la literatura nos hace libres y más felices.
M. Angeles: La literatura nos completa. Y nos recuerda el significado de las palabras más necesarias (justicia, dignidad, libertad) y las más atroces. Nos puede hacer reír y llorar. Nos da la medida de lo humano y su inalcanzable verdad. Debería tener toda la consideración social porque en ella, como en un caleidoscopio, está escrito también nuestro rostro.
(El niño cautivo de entonces piensa que quizás los enamorados que tenían 20 años al bajar las escaleras de la Plaza de Anaya, parar un momento en Edelweiss, pasar La Rúa hacia quién sabe dónde, estén ya muertos. Ahora es el turno de María Ángeles Pérez López).