Trae el aire sonidos a tambores y cornetas, y aroma a incienso. A incienso que va de la nariz al cerebro y luego al corazón. Incienso que llena de tradición y solemnidad nuestros pulmones.
De niña, seguro que abría la boca asombrada ante cada uno de los pasos, todos ellos con su nombre real y, algunos, con sus apodos populares, (el pueblo, que todo lo reviste de familiaridad y todo lo vuelve terrenal).
Para muchos es una oportunidad de descanso, de ocio, de encuentro con familiares o amigos… Para otros es un recorrido histórico por ciudades que no se conocen. Y en otras personas supone una fuerte vinculación religiosa y de celebración de aquello en lo que se cree, desde la atalaya de la fe.
Lo que más me ha sorprendido siempre de la Semana Santa ha sido su formalismo, sus protocolos, su boato, sus rutinas y simbologías que ornan cada una de las escenas. Esta tradición es, sin duda, además, una forma de acercarse a ese enorme acervo cultural que poseemos desde las diferentes artes.
Una de ellas es la imaginería, con destacados artistas a lo largo de los siglos que han plasmado su buen hacer y su saber en la anatomía de figuras de Cristo en distintas posturas, que han sabido expresar dolor contenido en manos y rostros de vírgenes y apóstoles, que han compuesto escenas recogidas en las escrituras para plasmarlas con todo su dramatismo o su sobriedad.
Oficio, también, de plateros y orfebres que han engalanado las coronas de las dolorosas, han forrado varales y maniguetas con plata repujada, han realzado de belleza candelabros, hacheros y candelería, han labrado la crestería, las cantoneras o las potencias de los Cristos.
Trabajadores de la madera dejaron su hacer de carpintero en las estructuras ocultas de los pasos. Las manos y gubias de los ebanistas realizaron sus tallas en faldones, peanas, y moldurones, o en cartelas que adornan canastillas y respiraderos.
Herreros imprimieron su sello en los llamadores con los que el paso se alza al unísono al grito de “¡¡al cielo!!”.
Y bordadores contaron los hilos en terciopelo y raso para, puntada a puntada, pintar sus destellos de oro en tocados y mantillas, en largos mantones, en bambalinas frontales y laterales; colgando del palio y su techo, la gloria, borlones y alamares.
Vidrieros tallaron el cristal de tulipas y faroles que acogen cirios, hachas y velas, el gran oficio de la cerería.
Floristas realizan piñas y conjuntos florales, alfombrando cada escena de olor y color.
En este contexto, cada gesto es un ritual, una tradición, un legado secular. Y, cada palabra, es un tesoro acunado en el tiempo con aroma a incienso.