OPINIóN
Actualizado 15/04/2022 08:14:20
Juan Robles

El Viernes Santo es el día en el que los católicos, e incluso los demás cristianos, recuerdan el acontecimiento de la muerte en cruz de Jesús de Nazaret. Los que lo celebramos tenemos en cuenta que se trata de un hombre inocente víctima de la injusticia de los hombres, de todos los hombres decimos los creyentes.

Recordamos que no se trata del único inocente que muere a manos de los injustos. Y, de algún modo, en él morimos todos, porque Él se entregó voluntariamente a la muerte, cargando con nuestras propias cruces y aceptando el padecimiento que nosotros mismos merecíamos por nuestros pecados, con los cuales Él muere para sumergirlos en la muerte y ponernos en camino de entrar en una nueva vida, la vida que Él ganó con su resurrección.

Por esta razón, el viernes santo no sólo es el día de la muerte de Cristo en la Cruz, sino que es oportuno recordar hoy la muerte y el dolor de todos los que sufren y mueren, especialmente de los que sufren injusta e inocentemente.

Es bueno recordar hoy a todos los que sufren y mueren cargados por su propia cruz. Pueden morir por accidente natural e imprevisto, en cuyo caso los accidentados pueden sufrir lo indecible, pero también sufrirán normalmente los familiares y amigos del accidentado o del fallecido.

Pero pueden considerarse también los acontecimientos que son fruto de la violencia y del mal querer de los que causan la muerte, como es el caso de las guerras, torturas, vejaciones…

Ahí está la triste realidad de los que en estos días fallecen a causa de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Mueren ancianos, enfermos, niños, personas inocentes, no combatientes, a veces con incomprensible sevicia y con sentimientos de venganza exasperada. Son las terribles cruces de la guerra.

Podemos considerar también la muerte de tantos hombres, niños, ancianos, hombres sumidos en la más insufrible pobreza que, en muchos casos es fruto de la insolidaridad, del más absoluto egoísmo, y hasta del abuso de poder muchas veces.

Y aún vemos otras muchas cruces en secuestros, asesinatos, trata de personas, violaciones, encarcelaciones injustas.

Y están los sufrimientos por enfermedades o epidemias, como es el caso de la tremenda pandemia del covid-19.

¿Qué más cruces podemos contemplar? Los sufrimientos que llevan al suicidio, fruto muchas veces de gravísimas depresiones. Y la cada vez más frecuente muerte por ingestión de drogas o por exceso de alcohol.

No olvidemos tampoco otras muertes inocentes como el grave azote del aborto y la provocación de la muerte, cada vez más frecuente, por indebida eutanasia, que viene a ser un asesinato encubierto o la colaboración a la muerte asistida, más allá del respeto debido a toda vida desde su concepción hasta su fin natural.

Cruces, cruces, cruces. Hasta poder convertir nuestro mundo en un inmenso e irreversible cementerio. Por bombas nucleares o por los abusos sobre la naturaleza que, por prácticas indebidas o excesivas, podemos convertir en un infierno que haga imposible la vida.

Seguro que podríamos encontrar otras muchas cruces, que no siempre estarán avocadas a la natural y anunciada resurrección, que termine en una vida abundante y salvadora, tal como nos lo promete la muerte de Jesús de Nazaret a los que nos acogemos a la sombra de su Cruz salvadora.

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