OPINIóN
Actualizado 11/04/2022 10:45:40
Charo Alonso

Antes de llegar a Trujillo, entre las lomas de la dehesa y el paso encajado del río que desembocaba en el Tajo, tenía yo una epifanía de infinitud. Era el reconocimiento de la distancia que no cesa, el horizonte de la lejanía. Estrenaba yo carácter de funcionaria peripatética y ahora, en ese tiempo de vacaciones que me lleva a las estancias de la memoria, me sorprendo de los kilómetros que atravesábamos para dar clase en pueblos perdidos donde a nadie conocíamos, el coche lleno de libros, papeles, un puñado de ropa y un móvil que no tenía cobertura. Pueblos y pueblos más allá de la autovía, calles punteadas de naranjos imposibles para una castellana que se extasía con la carretera infinita… la flor de azahar y la temperatura bendita.

Nos puso la vida en hermosos, alejados lugares que nos acogieron, el instituto a las afueras, el pueblo pequeño donde te alquilaban una casa fría y mal acondicionada, no había otra cosa. Extremadura pródiga y distinta se extendía, infinita, bellísima, rica en todo producto, la calidad de vida, allí en los pueblos grandes, tan sosegada… eran tiempos de descubrimientos en una tierra que reescribía su historia de pobreza mientras se sucedían, tras la ventanilla del coche, los paisajes tan diversos, tan nuevos… y en los bordes de la carretera se extendían los campos de arroz de Madrigalejo, los farallones de los Ibores y las Villuercas, las hermosas planicies desnudas camino de Cáceres, los nombres de los pequeños pueblos de la Vera y de los valles hundidos… y más allá, en mis tiempos acompañados en la sillita infantil, la misteriosa profundidad de la Coria de Ferlosio y la belleza, el amor que sana, barro que cura, Torrejoncillo y su industriosa artesanía de la felicidad.

Sobrevuela mi memoria una tierra pródiga, una tierra privilegiada. Los pantanos están bajos, azules, quietos, la carretera llena de gente que sabe disfrutar también de estos rincones desconocidos. Florecen los cerezos mientras la niebla, llena de gracia, lo cubre todo con una gasa de llanto. Estamos en tiempo de Pasión a pesar del milagro de la mesa llena, de la gente que nos rodea con la calma del Domingo de Ramos, el aperitivo tras la misa reposada en la parroquia de todos. Hermoso, pequeño pueblo en el que nos detenemos a la vera de un cartel escrito a mano “Se vende queso” y el queso, el aceite, el pimentón rojo como la sangre nos devuelven el ritmo sosegado del viaje sin prisas, el coche que atraviesa la infinita distancia de la memoria. Y la cigüeña, ajena a todas nuestras preocupaciones, traza en el cielo los renglones de la vida que recobra cada primavera.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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