OPINIóN
Actualizado 04/04/2022 18:44:00
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Miguel Cid Cebrián recuerda la figura de Alberto Estella, fallecido el pasado viernes

Acongojado y con emocionado sentimiento, leo y releo el pregón que Alberto Estella Goytre (1940-2022), pronunció en el Bolsín Taurino Mirobrigense de Ciudad Rodrigo, en el Carnaval del Toro de 2015 y que no pude seguir presencialmente por un problema de salud.

Fue sin duda un canto a Ciudad Rodrigo y sus gentes desde el prisma taurino, que es como decir de sus esencias históricas y tradiciones más enraizadas y auténticas. Y una demostración de las cualidades literarias de ese gran salmantino-charro que fue Estella, fallecido hace tres días.

Siempre la muerte de un amigo, además tan brillante como era él, nos sobrecoge y más después de haber superado una grave crisis cardiaca, con intervención incluida, que no hacía prever este desenlace fatal. Pero la vida o la muerte en este caso, llega cuando menos se la espera y desde luego se la desea que eso nunca o casi nunca sucede.

Pero si quiero, en este triste para mí, como para muchos, recordatorio, resaltar algunos rasgos del inolvidable Alberto, como era su gallardía y su búsqueda siempre, pesara a quien pesara, de la verdad o lo que él consideraba como tal que era algo muy personal y a veces discutible, pero siempre expresado con pasión y elocuencia de letrado curtido en mil batallas jurídicas en las muchas que tuvo que afrontar a lo largo de su dilatada vida profesional.

Pero en lo que Alberto puso, no sólo su mucha inteligencia sino también su corazón, que, aunque dañado, quizá por ello, fue en el amor a su tierra, la salmantina. Por eso citó en el mencionado pregón a Eamon de Valera, cuando refiriéndose a su patria irlandesa dijo “He amado cada brizna de hierba que nace en esta tierra”. Y es que si algo le caracterizó fue su acendrado salmantinismo o charrería como le gustaba definirse.

Hombre de afilada pluma como se suele decir para quien no tienes pelos en la lengua, a veces no dejaba títere con cabeza, eso sí, lleno de erudición y con un vocabulario a veces a la pata la llana o con el calzón quitado y, rozando, sólo rozando, el sarpullido, que todo hay que decirlo en honor a la verdad.

Hombre muy leído, siempre sazonaba sus escritos con eruditas citas y así lo hizo de nuevo en su citado Pregón cuando rememorando a Kennedy en Berlín con su famoso “yo soy berlinés”, él también le emuló con un aplaudido “yo soy farinato”, que es el apelativo castizo para los mirobrigenses.

Mucho se puede decir con un currículum tan amplió y dilatado como el que reunió Alberto Estella a lo largo de su vida, en la que también hubo errores, pero muchos menos que sus numerosos éxitos y reconocidos aciertos, que han servido se sepa o no, para mejorar la vida de nuestras gentes como el acceso a la justicia de quienes carecen de bienes suficientes, en una ley de la que fue ponente cuando era diputado de UCD, como él me recordaba orgulloso. O defendiendo la neutralidad de la televisión pública, siendo presidente de la comisión ad hoc creada en el Parlamento.

“El placer doloroso de llorar” fue una de sus últimas citas tomada de Fernando Arrabal, que da nombre al teatro donde estaba pregonando, para recordar a la pléyade de amigos muertos, por aquello que le gustaba decir: “de mayor se hace uno friolero y llorón”. Y es verdad.

Y para terminar este sencillo obituario, citar de nuevo a Benítez Carrasco, como hizo Alberto “Al toro de la pena/ darle un mantazo/ al toro de la envidia/ tres capotazos/ al toro de la lágrima/ darle con prisa/ la larga afarolada / de una sonrisa”.

Y eso, en recuerdo de quién se nos fue para siempre, es el mejor que podemos tener y mantener ya que como dijo Isabel Allende “La muerte no existe, la gente sólo se muere cuando se la olvida. Si yo te recuerdo siempre estarás conmigo”. Ojalá, te recordemos muchos años querido amigo.

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