OPINIóN
Actualizado 26/03/2022 09:15:13
Ángel González Quesada

“Cerca hubo un cementerio de tranvías,

la casa que fue fonda, la fábrica desierta.

Un día levantaron el telón:

no había nadie en escena”

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN, ‘Teatro de barrio’, en Poemas para el atril de una pianola, 1965.

Con más pena que gloria, tal como sucede cada uno de los restantes días del año que son dedicados “mundialmente” a una actividad, disciplina, arte o afán, se celebrará el 27 de marzo el Día Mundial del Teatro, una conmemoración que a lo largo del tiempo ha ido perdido sentido y significado, convirtiéndose en el acostumbrado brindis al sol de la vacía voluntariedad, la repetida queja y la más alambicada palabrería.

Año tras año, destacadas personalidades relacionadas con el teatro y las artes escénicas, publican un manifiesto de celebración de ese Día Mundial (este año 2022, el director y escenógrafo estadounidense Peter Sellars), cuyos textos, contenidos e intenciones, al menos en las últimas décadas, tienden a una semejanza seudolírica que empobrece cualquier reflexión novedosa o propuesta útil y racional sobre el complejo mundo del teatro en nuestros días, repitiendo los lugares comunes de invocación a la épica teatral conectada con sus propios orígenes, una supuesta magia del teatro que poetiza, edulcora y finalmente falsea la realidad, o la recurrente pasión intelectual o romántica de la experiencia escénica más afán que verdad, sin tocar ni de pasada una realidad, la de las artes escénicas y sus oficios, sus necesidades y sus horizontes, en un tiempo en que la necesidad y la pobreza, así como el derrumbe de las exigencias artísticas en manos de la mercadería están convirtiendo los escenarios en tecnológicos remedos de la charlatanería, el famoseo y la cuenta de resultados.

Probablemente la misión de los tan difundidos mensajes del Día Mundial del Teatro, todos ellos respetables tanto por el nombre y prestigio de sus autores como por la evidente buena voluntad de todos ellos de mantener viva la antorcha de Talía, sea la de volver a conectarnos con el sentido y la naturaleza última (tal vez primera) del Teatro, y más allá del juicio y consideración de sus manifiestos, les debamos gratitud por la intención. Pero los nombres del gran Jean Cocteau, autor del mensaje del primer Día Mundial del Teatro, o de Laurence Olivier, Richard Burton, Darío Fo o el mismo Peter Sellars, que escribieron en diferentes ocasiones esos mensajes universales del 27 de marzo, con sus brillantes apelaciones a la autenticidad, la magia o la fascinación por la escena, no pueden hacer olvidar que el teatro, mejor dicho, el Teatro, está formado, respira y vive poblado no solo por una minoría de nombres populares y conocidos, sino por una gran mayoría de personas anónimas (técnicos, escenógrafos, maquilladores, regidores, actores, directores, iluminadores, maquinistas, taquilleros, limpiadores, transportistas, modistos, etc.. –entiéndanse los masculinos como genéricos-), que son quienes hacen posible, solo cuando eso tiene lugar, toda esa magia, fascinación, encanto y épica (Sellars dixit), y que hoy viven, o agonizan, en un océano de mercantilismo ocupador de espacios, en un inmenso tsunami de chabacanería populachera en los escenarios, en una programación teatral de nominalismo excluyente y baratura generalizada, en un laberinto insondable y paralizante de burócratas incompetentes y negligentes gestores de las plusvalías...

La desatención que el verdadero arte teatral ha venido concitando por parte de los colonizadores del show business, principalmente organismos públicos preocupados por alimentar las bocas abiertas de una demanda chocarrera de intoxicación televisiva, ha propiciado una perversa adecuación de los montajes teatrales a esa grosera necesidad. Los años de paralización por la pandemia de coronavirus y las consiguientes necesidades de subsistencia de los teatreros, ha sido aprovechada por contratantes públicos y privados para rebajar escandalosa y mezquinamente los cachets de compañías (y por tanto de sus empleados), obligando a la creación de un mercadeo de necesidades que indefectiblemente apuntan a la dignidad de los artistas, creadores trabajadores del teatro, empobreciendo necesariamente sus demandas. La conversión (no tan obligada como quieren hacer creer) de los presupuestos públicos culturales de contratación y producción en líneas de subvención humanitaria y programas de reparto alimenticio, ha dado la puntilla a los grandes montajes teatrales, imposibilitando a las compañías a acometer cualquier proyecto teatral incluso de medio calado...

El 27 de marzo de 2022, Día Mundial del Teatro, merece por parte de todos algo mucho más sustancioso que una bufanda en una estatua o un sentido manifiesto en los escenarios y los medios de comunicación. Merece, en nombre del Teatro, una atención continuada por parte de organismos públicos y privados, una regeneración de las propuestas teatrales convertidas hoy en su mayoría en remedos más o menos trabajados de las coplas de ciego y merece, sobre todo, ser tratado con dignidad y respeto, lo que puede empezar a lograrse con no dejar el Teatro, y en general la Cultura, en manos de embaucadores, charlatanes y farsantes y, sobre todo, en alejarlo de las banderas.

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