OPINIóN
Actualizado 23/03/2022 08:08:46
Juan Antonio Mateos Pérez

“En esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base. Por eso, quienes ejercen la autoridad se llaman ‘ministros’: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos”

Papa FRANCISO

En octubre de 2021 se produce la apertura del proceso sinodal: “La Iglesia de Dios es convocada en Sínodo”. Un momento de discernimiento del Pueblo de Dios, con ayuda del Espíritu, para avanzar en el camino para ser una Iglesia más sinodal a largo plazo. Es una invitación del Papa Francisco a caminar juntos, discernir y participar en todo este proceso que culminará en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que se celebrará en 2023, con el tema: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.

Sínodo (σ?νoδος) indica el camino que recorren juntos los miembros del pueblo de Dios y que remite al propio Jesús que se presenta a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Se aplica a los discípulos de Jesús convocados en asamblea. San Juan Crisóstomo explicaba que la Iglesia es la asamblea convocada para dar gracias y cantar alabanzas a Dios como un coro, con un mismo sentir. La palabra “concilio”, es la traducción latina, pero enriquece el contenido de “sínodo” porque se relaciona con el hebreo ????? (qahal) – la asamblea convocada por el Señor – y con su traducción en griego ?κκλησ?α (ekklesía), que en el Nuevo Testamento designa la convocatoria escatológica del Pueblo de Dios en Cristo Jesús. El evangelista Lucas, en el relato de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35), ha delineado una imagen viva de la Iglesia como Pueblo de Dios, guiado a lo largo del camino por el Señor resucitado que lo ilumina con su Palabra y lo nutre con el Pan de la vida.

En el ecuador de la consulta de la fase Diocesana del Sínodo, es necesario hacer una parada, reflexionar, ver el camino recorrido y el largo horizonte que queda por recorrer. En palabras del Papa Francisco y de lo responsables de este proceso sinodal en Roma, la sinodalidad es mucho más que celebrar reuniones de grupos, asambleas de obispos, o una nueva forma de administración en la Iglesia, sino el modo vivendi y operandi de la Iglesia para este milenio. Una Iglesia, donde el Pueblo de Dios (laicos, sacerdotes, consagrados y obispos), que revela y da contenido a su ser como comunión cuando todos sus miembros caminan juntos, se reúnen en asamblea y participan activamente en su misión evangelizadora. Se busca un rostro de una Iglesia de puertas abiertas, fraterna y habitada por el Señor.

Quisiéramos subrayar que, en el don y el compromiso de la comunión, se encuentra la fuente, la forma y el objetivo de la sinodalidad. Nos recordaba el Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen gentium, la naturaleza y misión de la Iglesia como comunión en la que se esbozan los presupuestos teológicos para una pertinente restauración de la sinodalidad: la concepción mistérica y sacramental de la Iglesia; su naturaleza de Pueblo de Dios peregrinante en la historia; en el que todos los miembros, por el Bautismo, son marcados con la misma dignidad de hijos de Dios e investidos de la misma misión; la doctrina de la sacramentalidad del episcopado y de la colegialidad en comunión jerárquica con el Obispo de Roma. Todos estamos llamados a la santidad, todos convocados en la misión y todos convocados a la sinodalidad, para el discernimiento del Espíritu.

Este caminar juntos de forma sinodal, donde cada miembro participe de forma corresponsal en la vida y la misión de la Iglesia, acentuando esa comunión, no anula la colegialidad. Es esta la forma específica en que se manifiesta y se realiza la sinodalidad eclesial a través del ministerio de los Obispos, en el servicio de la Iglesia particular confiada al cuidado pastoral de cada uno, y en la comunión entre las Iglesias particulares en el seno de la única y universal Iglesia de Cristo, mediante la comunión jerárquica del Colegio episcopal con el Obispo de Roma.

Si es el Espíritu quien abre camino en este proceso sinodal desde lo más profundo de los corazones, es Éste quien anima y plasma la comunión y la misión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo vivo del Espíritu (cfr. Jn 2,21; 1 Cor 2,1-11). La acción del Espíritu en la comunión del Cuerpo de Cristo y en el camino misionero del Pueblo de Dios es el principio de la sinodalidad. No debemos olvidar que la unción del Espíritu Santo, se manifiesta en el sensus fidei de los fieles, desde los Obispos al último de los laicos, lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación.

En la Iglesia sinodal toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales más conformes con la voluntad de Dios. Una actitud necesaria para la escucha y el diálogo es la humildad, que exige tener una mente y un corazón abiertos. Pablo VI, nos recordaba las actitudes necesarias para el diálogo: el amor, el respeto, la confianza y la prudencia. Pero el diálogo no solo se debe producir entre personas que forman la Iglesia, sino es un diálogo con el mundo (el mundo de la economía, la política, sociedad civil, la cultura, las artes, los problemas de la vida, la ecología, la migración, etc.) y sobre todo con los más alejados.

Para comenzar este proceso de sinodalidad, se comienza por la Iglesia local, porque es allí donde se realiza en concreto una porción del Pueblo de Dios, en una porción de humanidad concreta, social y culturalmente situada. La Iglesia de Salamanca, ya realizó en su momento una Asamblea Diocesana, donde pudo experimentar de primera mano la sinodalidad, abriendo caminos de renovación espiritual, pastoral y estructural. Pero la Asamblea no es un proceso concluido, debe llegar a todos los rincones de la Diócesis, para ello es bueno tomar impulso con esta convocatoria del sínodo. Es necesario crear en todos los lugares espacios de participación para la escucha, el discernimiento, la participación y la misión, no solo en los Consejos Pastorales, también en otros espacios donde se pueda implementar la sinodalidad.

Se nos recuerda una y otra vez, la importancia de este proceso para la Iglesia. Debemos ver e interpretar los signos de los tiempos, más allá de nuestras tareas catequéticas o pastorales, no sea que nos quedemos sin la mejor parte. Es un tiempo oportuno para abrirnos a Dios en este caminar juntos, en comunión, participación y misión. Todos tenemos mucho trabajo, los laicos, los curas y religiosos, pero necesitamos escuchar al Espíritu juntos para renovar nuestra fe y buscar nuevos foros, formas y lenguajes, compartiendo ideas y proyectos para trasmitir la nueva noticia del Reino. Corremos el riesgo de caer en el inmovilismo y formalismo que nos aferra a nuestros hábitos, prácticas, catequesis y eucaristías, en un temor de que nada cambie, reduciendo el sínodo a un eslogan vacío y dejar pasar esta oportunidad. A muchos nos duele ese inmovilismo y formalismo, porque todos desde nuestras posiciones y lugares, amamos la Iglesia.

No es malo reconocer los errores y aprender a ser humildes si queremos ser fieles a la misión. Para ello es necesario estar preparados para cambiar, para hacer cambios. El primer cambio debe ser del corazón para experimentar a fondo al Resucitado y poder escuchar a todos los que se han marchado, poder recuperar la esencia de la comunidad cristiana y hacer una Iglesia más viva, más creíble, más creativa y más en comunión. Nos recordaba el Papa Francisco, que su preocupación como Papa es promover estos desbordes, no solo para el bien de la Iglesia, sino como un servicio a la humanidad: “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos”

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