OPINIóN
Actualizado 21/03/2022 10:54:12
Francisco López Celador

Me hubiera gustado asistir como oyente, sin voz ni voto, a las discusiones que dieron lugar a la definitiva redacción de nuestra actual Constitución. A pesar de la contrastada formación jurídica de los llamados padres de esa Constitución, habría comprobado in situ los roces provocados por la peculiaridad, tanto personal como “geográfica”, de cada uno de ellos. Al menos, sabemos que la sangre nunca llegó al rio, aunque más de un resquemor se haya mantenido en estado de letargo durante unas cuantas decenas de años. Algunos de los herederos de aquellos visionarios se han cansado de los principios democráticos y buenos modales y están forzando la máquina para derribar nuestro edificio constitucional.

Hay un aspecto concreto que siempre se le ha atragantado a la izquierda española: la cuantía de los gastos empleados para la Defensa. Volvemos, indefectiblemente, a nuestra peculiaridad. La historia se ha encargado de demostrar los apoyos que han recibido nuestras organizaciones más a la izquierda –en material o en metálico- de países que, curiosamente, son los que emplean mayor porcentaje de su PIB en gastos de Defensa: Rusia, China, Cuba, Corea del Norte, Venezuela, etc. Cuando un gobierno -no importa el color- pretende equipararse a los de su entorno a base de aumentar el gasto en Defensa, comienza el rasgado de vestiduras de aquellos que en su quehacer diario nunca se han distinguido por un ejercicio pacifista en sus manifestaciones. Declaran pomposamente su deseo de no convertirse en cómplices de las muertes que ocasionen las armas, a la vez que no se avergüenzan para nada de las víctimas inocentes que causan las de sus amigos. Sin embargo, cuando se trata de proteger su seguridad o su patrimonio, todos los gastos son pocos. Todavía estamos esperando alguna manifestación de nuestra izquierda, y sus camaleónicos sindicatos, condenando la desproporción que existe entre la dotación de los ejércitos y el grado de bienestar de sus ciudadanos en esos países tan modélicos. Lo de siempre: la diferente regla de medir de la izquierda; es decir, la ley del embudo.

A esta obsesión por un “pacifismo asimétrico”, tampoco ha sido ajeno el PSOE. Desde la campaña de ¡OTAN no! ¡Bases fuera!, siempre se mostró contrario al aumento del presupuesto de Defensa, desoyendo los informes bien documentados del Estado Mayor de la Defensa. Solamente la advertencia de no acceder al Mercado Común mientras no solicitara nuestra incorporación a la NATO, y una “puesta al día” de nuestras FAS, fue lo que hizo a Felipe González cambiar de chaqueta de la noche a la mañana.

Ahora, la “espantada” de Donald Trump y el actual conflicto de Ucrania han vuelto a poner de actualidad este asunto. Una cosa es la Unión Europea, otra la OTAN y otra, también, la defensa exclusiva de esa Unión Europea.La triste realidad demuestra que lo que llamamos la Europa occidental está amenazada por las ansias expansivas de un Putin que quiere recuperar parte de los territorios que se zafaron de la bota de la URSS cuando fue derribado el muro de Berlín. La interesada interpretación del artículo 5 del Tratado de Washington, el derecho al veto por parte de Rusia y el excesivo precio pagado por EE. UU. en los distintos conflictos, han puesto en entredicho la eficacia de un ejército heterogéneo, sin preparación conjunta y sin aportaciones proporcionadas al potencial de cada uno de los componentes.

En el caso concreto de España, somos el país que aporta menor porcentaje de su PIB a gastos de Defensa. Algunos se sentirán orgullosos de este record, pero podían preguntarse por qué somos los únicos que actúan así. ¿Es que los demás son menos listos que nosotros? Si tenemos el mayor IPC, la mayor inflación, el mayor paro, el mayor retroceso y uno de los menores ingresos per cápita de toda la Unión Europea, ¿no será que los torpes somos nosotros?

Como todo el mundo sabe, la OTAN fue creada para salvaguardar la seguridad y la libertad de sus países miembros, con medios militares y políticos. A tal fin, dispone de una infraestructura y unos equipos militares propios, para cuyo mantenimiento cada país aporta una cuota anual, de acuerdo con su propio nivel económico. Para un hipotético conflicto armado que requiera una fuerza de entidad proporcionada al mismo, cada uno de los miembros debe contar con una FAS en consonancia con su propia capacidad. Para unificar criterios, la OTAN ha sugerido que cada miembro aporte el 2 % de su PIB al presupuesto anual de Defensa. Es cierto que esa norma sólo la cumplen la mitad de sus socios, pero también lo es que son precisamente los de mayor nivel. Si a la hora de recibir fondos exigimos –con razón- ser tratados con arreglo a nuestra solvencia, a la hora de aportar medios debemos ser consecuentes. Ahora somos los últimos. Como consecuencia del conflicto de Ucrania se nos ha vuelto a recordar nuestro desfase. El reproche hizo que Sánchez accediera a mandar armas a Ucrania, originando una refriega más con su socio de gobierno.

Por el descaro de Sánchez y la hipoteca que le sustenta no es este el mejor momento para que acceda a mejorar los medios de nuestras FAS. Las necesidades aparecen por todas partes y los altercados se suceden cada día. Las grietas son muchas y no hay cemento para todo. Hasta ahora, con las promesas que no piensa cumplir y los fondos que llegan con cuentagotas. ha podido tapar bocas, pero ve cómo tiembla su sillón. Morirá matando, pero no cambiará.

No hay que viajar demasiado para comprobar lo que han hecho otros: racionalizar el gasto. Aquí, para satisfacer los chantajes de sus socios, se han alterado los manuales del buen gobernante. Cuando se llega al poder, una vez escrutadas las necesidades, se buscan las personas mejor capacitadas para solventarlas. Sánchez ha invertido la fórmula. Para satisfacer la ambición de las personas que le sustentan, ha inventado puestos que nada tienen que ver con las necesidades reales. Se han improvisado ministerios que, si no fuera por la nada despreciable cantidad de millones que nos cuestan, sería para tomárselo a risa. Tampoco él ha sido modelo de probidad y ahorro. Sus viajes a ninguna parte y su ejército de científicos y asesores invisibles nos están costando unas cantidades que podían tener un destino más justo.

¿Para qué escondrijos como Igualdad, Memoria Democrática, Agencia Urbana, Transición Ecológica, Reto Demográfico, etc. si no es para que Podemos colme sus ansias de poder, a la vez que hace realidad su quimera comunista? Dilapidar tantos millones en cambiar los muñequitos de los semáforos, el nombre de las estaciones, la “personalidad” de los animales, o el asalto a la Constitución, son bromas que impiden atender otras necesidades más perentorias.

Por todo ello, España necesita una potente tijera que recorte el gasto superfluo, y emplear esos fondos –nada despreciables- en atender penurias que no admiten demora. La realidad la tenemos estos días en nuestras calles, y el gobierno mira para otro lado.

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