Hasta que no volví a vivir en Salamanca, no entendí la importancia de Miguel de Unamuno para esta ciudad. Desde fuera, tenía el prejuicio de que esa afición obsesiva por la vida y obra de Unamuno en la capital charra era una obsesión más por un prócer, frecuente en las pequeñas ciudades.
Luego he descubierto que la imagen de Unamuno es algo mucho más decisivo para Salamanca. El problema es que una gran parte de su población ni lo sabe ni le importa, como le ocurre en muchos otros temas culturales.
Pero hay una minoría activa, en torno a la Asociación de Amigos de Unamuno, que, algunos conscientemente, otros inconscientemente, saben todo lo que representó y sigue representando su memoria en la identidad política y cultural de la ciudad.
Para decirlo claramente: Unamuno ha sido el único líder, en la comunidad salmantina, que ha gozado de un amplio consenso y de unánime admiración, sobre todo en la Cultura, pero también como hombre político. Esta imagen de líder indiscutible y valorado desapareció o se oscureció en los meses anteriores a su muerte, el 31 de diciembre de 1936. Todos conocemos ya los hechos del Paraninfo, el 12 de octubre de ese fatídico año.
Pero a pesar de estos últimos meses de vida y de un entierro robado a la fama y cariño de toda la población, posteriormente, hasta la actualidad, Miguel de Unamuno sigue siendo la gran figura paterna de la ciudad, el referente de por dónde ha de progresar Salamanca, su población y su Universidad.
Hoy, el día en el que escribo este artículo, el Día del Padre de 2022, me ha surgido espontáneamente este señalamiento a su figura. Esa ciudad que le recuerda, le añora día a día, le echa de menos, hasta ahora no ha encontrado ningún sustituto, ningún eficaz y buen líder que, como él, transmita confianza por sus palabras y por sus coherentes acciones. Los dirigentes nombrados por los distintos partidos desde la guerra civil hasta el presente, hablan, pero sus palabras no crean confianza pues no van seguidas de acciones y cuando las hay, cuando toman decisiones, suelen ser poco coherentes con las palabras pronunciadas. Por eso el alma del grupo unamuniano vuelve a él día a día, reunión tras reunión, libro tras libro. He sido testigo de este amor filial en muchas de estas reuniones. Y testigo de la admiración intelectual y ética que siempre genera su obra y su vida.
El proceso de reconocerme el salmantino que soy, ha pasado por conocer y contemplar las virtudes e inteligencia que el vasco nos transmitió, el afecto que nos tuvo, la vida que nos entregó. Por eso, simbólicamente, le he reconocido como esa rica figura paterna de la que Salamanca gozó y que, en estos tiempos confusos e hiper-individualistas que vivimos, muchos le sentimos como el líder que falta a una población acéfala, que no ha perdido su sabio instinto de la necesidad de ser dirigida por un líder como fue Don Miguel de Unamuno.