A propósito de un cuadro titulado Impresiones de África

Un díptico de África,
un díptico de ese continente
en un lugar del globo.
Esas impresiones ahí frente a mis ojos,
posadas en la cera de la técnica
encausto.

África.

En mi WhatsApp y mi Instagram,
amigos de Nigeria.
África,
como América, Europa, Asia, Oceanía, Antártida
—todos de nombres femeninos
bellos y elegantes—,
majestuosa, inabarcable.

Ahí frente a mis ojos abiertos y en silencio
una nube parece caer del cielo,
el mar parece conservar sus proporciones y su cordura infinita.

Lo demás no puedo expresarlo con poesía. Las palabras no alcanzan el deseo del ser en toda ocasión. La música en este instante de la noche en mi ventana baja en el éter desde una estrella o un planeta para acomodarse en la madera de mi escritorio. La lámpara le sirve de ornamento y de gala. Mis manos casi tocan su figura sutil. Cada cosa permanece en su lugar. La silla está ahí igual que una piedra. La alfombra. El gato asomado en el sofá. El colibrí de madera.

El color me sirve para caminar por el mundo, me dijo Antonio Fulladosa. El cuerpo encuentra en la materia del dibujo una ventana al otro lado… La imagen conserva en su trabajo una pizca del alma de su autor. Un cuadro se toca con los ojos, nos absorbe el universo de su mundo. Nos hace celebrantes de un rito anidado en lo sublime.

El numen sin un nombre conocido, cuando quiere, pone su mirada en nuestra obra. La contempla. La examina. Mira si su peso equivale a su forma. Si el entendimiento cabe en su número. Si nada queda fuera de su medida. Entonces, se aleja y se esfuma.

El arte equivale a un despertar a esas formas superiores. Así como sucede con el sol, que desde su posición estelar en nuestro sistema se enciende en su ira soberbia y a pesar suyo nos bendice con un calor benévolo para nuestro organismo, del mismo modo el arte enciende una luz en nuestra noche apagada.

torres_rechy@hotmail.com
19 de marzo de 2022