En nuestros primeros escarceos con la geometría, aprendimos que dos líneas rectas sólo pueden encontrarse en tres posiciones distintas: unirse en un punto (secantes) o no hacerlo nunca (paralelas y las que se cruzan). Hemos tenido que hacernos muy mayores para descubrir que hay un cuarto caso que no aparece en los libros de geometría y sí lo hace en algunos tratados de política. Se trata de las líneas rojas. De ellas no habla ningún postulado matemático, sólo las emplean los políticos cuando creen tener algo que pueda ser útil para vencer a sus oponentes. Es el ardid al que se agarran cuando los apoyos de un partido son imprescindibles para que otro pueda gobernar. Ponen una condición sine qua non: “Si quieres mi apoyo, ya sabes lo que te cuesta; esta será tu línea roja. Aquí te pillo y aquí te mato”.
Todas las líneas que se colocan entre dos partidos que negocian un posible acuerdo, deberían ser, en principio, como las discontinuas de la calzada, susceptibles de ser atravesadas sin peligro de accidente. Si la línea es continua, y además roja, no parece la más adecuada para iniciar un acercamiento. Si el accidente es posible, el más sensato se negará siempre a sobrepasarla. No lo hará, por muchos cantos de sirenas que oiga, ni incitará a que otro la traspase, aunque esté convencido de obtener un beneficio seguro.
En política, el resultado de algunas elecciones hace muy difícil agrupar en un bloque de ideologías afines los escaños necesarios para formar una mayoría. El patrón que se recomienda para tolerar una coalición –es decir, su línea roja- es que ninguno de sus miembros reivindique principios que no admite nuestra Constitución. Cuando se sobrepasa esa regla, los gobiernos resultantes, además de traicionar a los votantes, acaban perjudicando a demasiada gente.
Ya decíamos la pasada semana que España es diferente y, claro está, aquí tenemos nuestra excepción. Cuando la coalición contiene partidos de extrema izquierda separatistas, enemigos de la Corona, partidarios de abolir la Constitución o herederos de ETA, siempre que se autoproclamen demócratas y progresistas, podrá verse como normal. Ahora bien, si la coalición es conservadora y alguno de sus miembros se declara más alejado del centro que los demás, por mucho que sea partidario de la unidad de España, de su sistema de gobierno y de la actual Constitución, deberá ser considerada por los demás como coalición indigna e incapacitada para gobernar.
Para no repetir lo que todo el mundo conoce, el gobierno actual y los grupos de apoyo que lo sostienen son la representación real de una parte de esa excepción; la otra parte será cualquier alianza en la que participe VOX. La primera, seguirá siendo demócrata y progresista, pero nadie la llamará de extrema izquierda, aunque sus decisiones así lo indiquen; son la izquierda a secas. La segunda, perderá la condición de progresista, se convertirá automáticamente en coalición de extrema derecha y le caerá encima todo un rosario de improperios tales como fascista, nazi, antidemocrática, populista, capitalista, carca, antifeminista, homófoba y, por supuesto, responsable de todos los males de esta sociedad. De nada vale que decisiones se ajusten a nuestra Constitución y se demuestren más eficaces que sus antagonistas.
La “jugada” orquestada por Sánchez para llegar a La Moncloa no ha pasado desapercibida para nadie, ni dentro ni fuera de España; basta comprobar lo que cuentan con él los organismos internacionales de los que España forma parte. Por muchos viajes que haga el Falcon, y por muchos castings a los que se presente, de Sánchez ya no se fía nadie –ni los suyos-. En Bruselas saben que incumple las promesas, siempre que se descuidan. En la NATO tampoco se fían, y mucho menos de sus compañeros de gobierno. Todos han comprobado que España ha bajado muchos enteros desde que llegó a La Moncloa. No obstante, es nefasto para los españoles y, aunque no sea inteligente, es listo y aprovecha todos los tantos.
Cuando la evidencia deja al descubierto su inutilidad, le llueven del cielo los clavos ardiendo. Primera crisis de su “reinado”: llega el covid-19 para justificar el caos que afecta a España más que a nuestros vecinos y ese ya es el origen de todos los males. Segunda crisis: cuando parecía que podíamos levantar cabeza, Putin decide invadir Ucrania y Sánchez decide “dar la nota” desmarcándose del grupo de naciones del que formamos parte, alineándose con “los amigos de Zapatero”. Cuando advierte el rechazo que le llega de todos los ámbitos, cambia de chaqueta y exhibe más ardor guerrero que la cabra de la Legión. Tercera crisis: siguen pintando bastos y los clavos llegan a pares. Por un lado, la Fiscalía del Supremo no puede retrasar más su decisión y decide archivar la investigación abierta a Juan Carlos I; ocasión que aprovecha para reclamar de él lo que no ha hecho la Justicia. Es otra forma de “adornarse en la faena”. Por otro lado, era de esperar que las fuerzas progresistas se rasgaran las vestiduras con el acuerdo alcanzado entre el PP y VOX en Castilla y León. No han esperado ni un minuto. Cuando Sánchez firmó sus cambalaches para poder gobernar, la luz y taquígrafos no aparecieron; lo que supimos inmediatamente fueron las consecuencias. Ahora, sin haberse molestado en leer el pacto y su hoja de ruta, ya han vendido la piel del oso. Es el clásico mantra de la superioridad democrática y moral de la izquierda.
Nuestros males ya eran patentes antes de la llegada de la pandemia y de la invasión de Ucrania, pero Sánchez pretende lavarse las manos como Pilato. Debemos estar preparados para el tsunami que nos espera. Terminada la “batalla de Madrid”, comenzará “el sitio a Castilla y León”, donde se ha formado un gobierno, de acuerdo con lo que ha votado la mayoría de sus ciudadanos. Los peones de Sánchez, y los mercenarios que esperan seguir viviendo de él, echarán toda la carne en el asador. Ya conocemos que le quitaba el sueño una coalición con Podemos. Buscó el tratamiento adecuado y ahora los que no dormimos somos los españoles. Pero, lo que de verdad le impide dormir es el temor a que la nueva coalición conservadora repita los éxitos de Isabel Ayuso. Los españoles se darán cuenta y alguien puede quedarse detrás de la línea roja. De los 27 países que forman actualmente la UE, sólo 7 tienen gobiernos de izquierda o centro izquierda. Uno es el nuestro. Los otros 20 son de derecha o centro derecha, y no les va peor que a nosotros. Los españoles tenemos la llave para decidir dónde queremos estar.