OPINIóN
Actualizado 15/03/2022 08:42:54
Raúl Izquierdo

Allí estaba ella como cada tarde... Apenas variaba su rutina diaria y siempre la encontraba a la misma hora cada día y en el mismo lugar. Ella estaba radiante, bella... Sabía conjugar perfectamente su mirada, perdida y un poco opaca, con una sonrisa seductora y misteriosa. Cualquier prenda que llevara puesto le sentaba realmente bien, como anillo al dedo. Vestía a la última moda, con las nuevas tendencias, los paños de temporada, los colores apropiados... ya fuera un vestido de noche, o un traje más informal, todo ayudaba a ensalzar su esbelta figura. Y los complementos, ¡ay!, apuntalaban aún más su belleza gélida, ya fueran unos guantes o un bolso. Su delicado y fino cuello se veía adornado con frecuencia con pañuelos variadísimos y collares de mil formas. Y si encima, se había puesto un sombrero, entonces su figura hipnotizaba cualquier mirada, aunque fuera de reojo. Todo en ella denotaba delicadeza y un glamur nada fingido: sus manos con sus dedos, sus piernas alargadas, su forma geométrica sin aristas. El tiempo parecía no detenerse en ella, y ningún rasgo en su rostro podría hacer adivinar su edad o algún dato de su historia personal.

Ciertamente era parca en palabras. Apenas se podía entrever o adivinar un gesto en su rostro de porcelana. Aparentemente se podría decir que era fría, aunque las apariencias engañan y habría que conocerla más de cerca para confirmar esta afirmación. Pero era fiel a mi cita diaria...tan puntual.... tan discreta...

Grandes confesiones escuchó de mí, cuántas secretos la he confiado, cuántas cosas la he contado.... y siempre guardando mi intimidad. Desde el primer momento en que la vi supe que podía confiar en ella, que podía contarla cualquier cosa y que jamás se lo diría a nadie. Con ella me sentía escuchado. Incluso en algún momento pensé que me podía estar enamorando, pero yo sabía que era un amor imposible y que no debía encariñarme demasiado.

Sus gustos eran muy sanos porque no bebía alcohol, no fumaba, no veía la tele... incluso no frecuentaba bares ni las rebajas de los grandes almacenes. Prefería la soledad y el silencio al bullicio de la gran urbe. Por eso me transmitía paz y sosiego. A veces parecía ignorarme, pero yo también la entendía ya que no siempre se está de humor para escuchar a otro. Tenía pocos amigos, pero los pocos que tenía, siempre estaban con ella, en el mismo lugar, a la misma hora: era amiga de sus amigos, eso estaba claro. Nunca se quejó de nada, nunca habló mal de nadie.... Así era ella...

Pero un día en el que fui al mismo sitio y a la misma hora de siempre....¡ya no estaba! ¡¡¡Ya no estaba!!! Mis manos y mi rostro se pegaron como una lapa al cristal del escaparate.... ¡habían quitado a mi maniquí preferida! Y en su lugar habían puesto otro maniquí con cabeza cuadrada y cuerpo de hierros oscuros y enrevesados...¡Qué falta de respeto! ¿A dónde la habrían llevado? Si lo supiera, podría llevarla conmigo.... aunque a lo mejor ella tampoco querría...

Ciertamente aquel día sentí un vacío que me parecía que sería imposible volver a llenar. Ella me aportaba algo diferente a los seres humanos, tan imprevisibles, tan complicados... ¡Dónde estás, maniquí de mis amores! Los seres humanos descolocan, molestan, hacen ruido, hacen preguntas, tienen deseos, sufren, se ríen... te miran... Y a veces creo que prefiero la seguridad de quién no va a cuestionarme nunca, de quién no me va a contradecir, de quien no va a juzgarme…. Así que volví a fijarme en los escaparates a ver si volvía a ver a mi maniquí en otra tienda, y si no, seguro que encontraría otra nueva tan buena como la anterior... Y el que busca, puede que acabe encontrando.

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