Esta ucraniana, afincada en Salamanca desde hace varios años, se encontraba en su país de origen cuando estalló el conflicto. Podía volver a España, pero decidió quedarse para "ayudar en todo lo que puedo”
“La verdad es, que yo no me puedo creer que en siglo XXI está pasando toda está barbaridad”. Con estas palabras Katia Shevchenko me empieza a contar la historia, en primera persona, de cómo están viviendo en Ucrania la situación actual, concretamente en Lviv, una ciudad al oeste del país. Katia vive desde a hace 20 años España y lleva 12 trabajando en Salamanca, donde dirigía una Escuela de Ballet. Sin embargo, hace unos meses viajó a Ucrania, su país natal, porque su padre enfermó. Estando allí comenzó la invasión por parte de Rusia a su país y decidió quedarse. “Estuve pensando mucho, tal vez soy tonta, pero esta decisión salió de las profundidades de mi corazón, quiero quedarme y ayudar en todo lo que puedo”, cuenta Katia al otro lado del teléfono.
Lviv es ciudad fundada por el príncipe gallego Daniil Romanovich a mediados del siglo XIII. Conocida por grandes monumentos como la Plaza del Mercado o la catedral armenia de la Asunción de la Santísima Virgen María. Forma parte de los monumentos arquitectónicos del centro histórico de Lviv, el llamado casco antiguo. Incluido en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. El 5 de marzo de 2022, a causa de la guerra de Rusia contra Ucrania, la estatua de Jesucristo fue trasladada a un búnker para su custodia, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora esta ciudad es una retaguardia militar que acoge a refugiados de toda Ucrania. Y muchos lugares y estatuas de la ciudad se han blindado ante posibles ataques y bombardeos. “La ciudad se ha vestido con ropa protectora contra la guerra. No puedo creer que sea real”.
Un edificio de Lviv protegido
Ahora es voluntaria de guerra en esta ciudad. “Ayudo como enfermera o pelando patatas para cocinar la comida de los refugiados”. En la estación de tren de la localidad ponen puestos de comida para ayudar a la población, tanto de allí como la que viene de otros lugares del país. “Estoy haciendo cursos intensivos de enfermería básica y estoy ayudando en Hospital con los heridos, y sí me queda tiempo después de mi turno en Hospital voy a ayudar a cocinar la comida para los refugiados”. Pero ahí no termina su labor. “Cuando puedo, después de mi turno, voy a leer a los niños cuentos de hadas, intentando así de cambiar su estado de ánimo. Estos niños me llaman Hada Madrina”, destaca emocionada.
A esta ciudad cerca de la frontera con Polonia, hay “muchísimos refugiados que vienen de todo el país, muchos heridos, entre ellos hay niños. Ahí mucha tristeza aquí, mucha gente se quedó sin sus seres queridos, sin sus casas. Un día de camino a casa, encontré una campanilla de invierno solitaria, creciendo desde la tierra en estos tiempos de guerra”.
Campanilla de invierno en Lviv
Sin embargo, tiene muy presente a Salamanca y a sus alumnos de aquí. “Les echo muchísimo de menos, a mis alumnos y a sus padres, me falta tanto mi trabajo, me gustaría muchísimo a volver a dar clases de ballet, a cuidar de mis alumnos y de sus padres, que son la parte más importante de mi vida”.
Tiene claro que volverá a España cuando termine la guerra. “Quiero continuar con lo que me importa tanto, mis clases de ballet, mis alumnos, pero volveré cuando lleguen los mejores tiempos para mi querida Ucrania, con ella ahora está mi alma y mi corazón”.