Guardiola siempre ha mantenido que "un partido de fútbol son momentos". Hitos favorables o desfavorables según transcurren las acciones del juego, donde el equipo y jugadores que disponen de la pelota actúan a favor de obtener unos réditos que solo tienen valor si se convierten en gol. Precisamente contra otro equipo que está ahí para apostar por su propia creatividad y que contrarresta al contrario para conseguir la pelota como premisa previa.
Los más evangélicos hablan de "momentos epifanicos", esos instantes que provocan catarsis y se convierten en acciones trascendentes. Por otra parte, la programación colectiva de un entrenador siempre estará sujeta a las distintas creatividades de los contendientes porque, como dijera el boxeador Tyson, "Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer guantazo en la cara".
La cadena de acontecimientos de un partido de fútbol seguramente esté regida por la "ley de sucesividad y causalidad", las cuestiones implícitas al juego suceden siempre en un orden desordenado, cada partido distinto, incluso con la colaboración de los árbitros. Porque las tomas de decisión durante 90 minutos de juego son "impensadas" segundos antes, entrenadas en general, pero nunca iguales. Y no se pueden estructurar los partidos como la configuración de una novela: Principio, desarrollo y fin.
"A veces no conoces el verdadero valor de un momento hasta que se convierte en memoria". (Dr. Seuss). Y es que hablando de fútbol, son muchos los recuerdos de jugadas ejecutadas superando a los contrarios, curiosamente nos acordamos menos de los regates y gambetas que nos hicieron a nosotros. Como diria Cesare Pavese, "No recordamos días, recordamos momentos". Y afortunadamente, en mi caso, nunca tuve una lesión grave de la que acordarme.
A medida que sigo escribiendo, mi bagaje de recuerdos me ayudan a avanzar sin caer en la ciénaga de la nostalgia, huyo de ella sistemáticamente aunque me aferre a lo que nos dijo Paul Géraldy: "Llegara un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza".