En el capítulo XXXIII de la primera parte del Quijote, Cervantes narra la escena del curioso impertinente. Es el episodio de dos amigos entrañables, Anselmo y Lotario. En un abuso de confianza, el primero pide a su amigo que ponga a prueba la fidelidad de su esposa Camila.
Lotario, en un principio se resiste a complacerle, comparando a la mujer a un finísimo diamante, y le pregunta: “¿Sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle un yunque y un martillo, y allí a pura fuerza de golpes y brazos probar si es tan duro y tan fino como dicen?… Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre?” Continuando con sus argumentaciones: “Has de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y no tocarlas”. Lo mismo pasa con la honradez.
Simular que se vive en la dignidad y la honradez mientras se prescinde de ella es deslealtad e hipocresía. Tampoco es digna de elogio la actitud del que siendo digno y honrado se presenta como si no lo fuera, ya que da muy mal ejemplo. Pero lo peor es el caso del que carece de dignidad y honra y alardea de tenerlas.
En todas las épocas se ha dado la pérdida de la dignidad y la honradez. En nuestros días el desenfreno permisivo conduce a quitarle importancia y en consecuencia a que se dé el fenómeno. Con la propagación de la costumbre y las estadísticas parece que la indignidad, en todos los aspectos de la vida humana, económica, política y social, sea buena, y que la dignidad sea una falta de naturalidad.
Los delincuentes o forajidos, los traidores, y demás, tienen ahora y han tenido desde antiguo la habilidad de arroparse con pretextos varios tendentes a producir impunidad por sus fechorías o actitudes. Si los sentimientos más profundamente humanos no deben perderse, lo que no podemos hacer es caer en la candidez de elevar a categoría de personas normales, sensibles o solidarias a los que no dudan en atacar a la sociedad, a su país, a sus instituciones, a una persona de bien, en definitiva a la democracia y a España. Ser honrado y parecerlo son actitudes necesarias a la vez. Es un principio que no puede cambiar: desde tiempos antiguos o de Cervantes sigue valiendo igual, porque es inherente a la dignidad de la persona. No pongamos en el yunque a quién o a lo que más debemos amar y defender para no quedarnos sin nada.
Es muy complicado a día de hoy, ante lo que sucede, escribir. No sucede nada que algunos no hayamos vivido ya los de la generación del baby boom: la crisis de los misiles, la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo, el fin del patrón oro, la transición, ETA, la guerra de Irak, Afganistán, etc... Acontecimientos que se hacen siempre difíciles de analizar por lo que esconden. Más de lo mismo. Algunos se harán ricos y otros se harán más pobres, en el medio otros morirán. Ucrania y Rusia eran ahora el granero de la UE en productos básicos como trigo, cebada, centeno, girasol, maíz, etc. La guerra hará subir la alimentación básica. Antes España era la despensa, el granero y la huerta de Europa pero políticas verdaderamente equivocadas menospreciaron su papel y destrozaron nuestra agricultura y ganadería. Ahora ya no hay retorno solo la España vacía.
A ello toca sumarle la planificada crisis energética que va encargándose de restringir de nuevo nuestra movilidad, después de la plandemia, haciendo que el coche sea de nuevo un bien de lujo. Los coches eléctricos no son la solución al no ofrecer distancia ni seguridad. El aire acondicionado, la calefacción o los equipos auxiliares del automóvil se comen la mitad de la carga, conducción aparte y tampoco hay sitios para recargar, además de ser una operación complicada a la hora de pagar. Tener libertad de movimientos parece inadmisible por el bien del clima y del bien común.
Vivir en una casa confortable parece que no será de recibo mejor vivir en el parque al sol o compartirla con súbditos de no se sabe donde, por el bien de la humanidad. Están consiguiendo que se nos imponga o nos enfrentemos a una cultura que ya está muy arraigada en una parte significativa de la sociedad y que se caracteriza por ausencia de sentido de vida y falta de motivación, para que nos limitemos a ir tirando y salgamos a protestar por banalidades que nos dan sensación de una cierta libertad.
La ausencia del pilar fundamental de la sociedad que es la familia en todos los ámbitos de la vida nos conduce al mayor fracaso social que nos podemos permitir. La falta puesta de otro valor como la patria nos quita la mayor de las libertades que es el orgullo de ser y formar parte. Baltasar Gracián afirmaba que “el primer paso de la ignorancia es presumir de saber”. Llegados a este punto parece que lo están consiguiendo. Ahora parece que nadie sabe de nada, se es experto en la nada. Han conseguido que vivamos en una libertad vacía de contenido.