OPINIóN
Actualizado 08/03/2022 08:36:48
Álvaro Maguiño

Nunca se podrá explicar con suficientes y acertadas palabras lo que supone vivir en una ciudad Patrimonio de la Humanidad. La luz dora la piedra, la música la alegra. Incluso las nubes se amoldan a las estiradas torres. Y, por si esto no fuera suficiente, llegan a Salamanca numerosas exposiciones peregrinas. ¿Qué más se puede pedir?

Ahí está el quid de la cuestión, en que nos conformamos con lo poco que conocemos. Hay un precioso e indiscutible “itinerario” monumental que aparece en las distintas redes sociales, pero siempre es el mismo: Plaza Mayor, Clerecía, Universidad, Catedral, San Esteban y Casa Lis. Fuera de él, los turistas se pierden. Los turistas y los locales. Porque no sabemos lo que tenemos. Nos olvidamos de la enorme cantidad de atractivos que quedan ensombrecidos por el “alto soto de torres”, como diría el bueno de Unamuno. Es este desconocimiento el causante de los atropellos culturales. El patrimonio no es valorado ni por jóvenes que llenan todo de latas ni por adultos que escupen en las paredes. Y esto es un auténtico fracaso de la ciudad.

La afamada piedra de Villamayor se cubre indeseadamente de verde, se machaca y es finalmente pulverizada por la desidia. Las esculturas de las personas ilustres son un váter de palomas y solo aparecen relucientes cuando alguien importante se digna a pisar la ciudad. Ciertas joyas artísticas se niegan a abrir sus puertas, y las que las abren, pocas veces son reconocidas por los de aquí y mucho menos por los de fuera. Llega el horror y la ignorancia a tanto que también afecta a la transitoria exposición anual de Xu Hongfei. Abanico conmemorativo y estrellas en busca y captura, peana rota y gente subida a las esculturas. Eso es lo que se ofrece, la visión más irrespetuosa y dañina de la ciudad.

Pero Salamanca es mucho más. Y eso se sabe. Hay que concienciar a los ciudadanos urgentemente sobre arte y patrimonio histórico-cultural para frenar la dejadez que sume en el olvido a todo aquello donde no alcanza la oleada de turistas. Ese será un primer gran paso. El respeto vendrá acompañado del conocimiento, así se podrán curar las heridas de una cultura sangrante.

Porque Salamanca es mucho más. Es cuna y ataúd de la cultura. Son los suspiros de Nebrija y Santa Teresa, las huellas de Unamuno y Torrente Ballaster y las páginas de Carmen Martín Gaite. Las jóvenes partituras de Tomás Bretón y las estrellas que contemplaba Abraham Zacut. Salamanca es el Domus Artium (Da2), la Sala de Exposiciones de Santo Domingo o la Casa de Santa Teresa, por nombrar algunos ejemplos. Todo eso es Salamanca y todo eso debe ser cuidado con el mayor de los mimos.

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