La invasión rusa de Ucrania supone un nuevo capítulo en la guerra que sufre el país desde el 2014, reducida hasta ahora al Donbass, fruto en parte de la falta de cohesión cultural e identitaria de Ucrania como país, evidenciada en Donetsk y Lugansk.
Con una atención permanente en los medios de comunicación desde que se iniciase la invasión rusa de Ucrania, este conflicto posee una complejidad mucho mayor que la simplicidad a la que parecen querer reducirlo los medios, que no van más allá de plantear la dualidad entre unos buenos-buenísimos y unos malos-malísimos, sin entrar en el fondo de la cuestión, y con un ánimo que tiende a parecer más propagandístico que periodístico desde los medios afines a las dos partes del conflicto.
Y es que, partiendo del hecho objetivo de que la invasión rusa de Ucrania es ilegal en cuanto a que viola las fronteras de otro Estado soberano y, por ende, del derecho internacional, hay mucho más trasfondo para que se haya llegado a dar esta invasión, para lo que hay dos claves que no se pueden obviar: la ampliación paulatina de la OTAN hacia Europa del Este y la guerra del Donbass, que han servido de detonantes para este conflicto.
En este aspecto, en primer lugar cabe apuntar que Ucrania lleva 8 años en guerra, y es que el conflicto no nace ahora, sino que ha pasado a otro punto mucho más grave al entrar Rusia en el tablero. Así, el origen de la guerra de Ucrania, que se había visto reducida al área del Donbass (Donetsk y Lugansk) parte de un hecho que no se puede obviar: Ucrania no es un país cohesionado cultural ni identitariamente, con una zona sur y este rusófona y un norte y oeste ucraniófono.
Esta división en dos áreas culturales y lingüísticas, que podrían trazarse mediante una diagonal de suroeste a noreste, era perceptible también en el ámbito político. Así, si el expresidente ucraniano Víctor Yanukóvich (calificado como “prorruso”) literalmente arrasaba en el área rusófona, y especialmente en distritos como Crimea, Donetsk y Lugansk, en la zona ucraniófona (donde se ubica Kiev) eran los candidatos “pro-occidente” los triunfadores.
Esta realidad dual del país, explica el detonante del conflicto en 2014, cuando el presidente electo, Yanukóvich, fue desalojado del poder mediante una suerte de golpe de Estado denominado “Euromaidán”, en el que resultaron claves grupos ultranacionalistas como Pravy Sector (hoy integrados en los batallones del ejército ucraniano Azov o Aidar), que acabaron provocando la huida en helicóptero del presidente al extranjero.
Sin embargo, la huida de Yanukóvich no puso punto final al conflicto, sino que el Euromaidán supuso el inicio del mismo, con el alzamiento de las partes rusófonas frente a una revuelta que prohibía el idioma ruso, que era mayoritario en zonas como Járkov, Jersón u Odessa, pero especialmente en los oblast de Donetsk y Lugansk, así como en la península de Crimea, que había sido cedida por Rusia a Ucrania en el seno de la URSS.
De este modo, si la reacción prorrusa ante la revuelta del Euromaidán pudo ser sofocada por las nuevas autoridades ucranianas en la mayor parte de las áreas rusófonas (con episodios tan lamentables como la quema de la Casa de los Sindicatos de Odessa, donde el edificio fue quemado con gente dentro, falleciendo medio centenar de personas), no fue así en Crimea (que solicitó su reingreso en Rusia), ni en el denominado Donbass, una región formada por los distritos de Donestk y Lugansk, que se declararon repúblicas independientes.
En este aspecto, pese a que se firmaron en Minsk unos acuerdos mediante los cuales se establecía un alto el fuego y zonas neutrales entre el ejército ucraniano y las fuerzas de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, lo cierto es que este acuerdo no fue respetado, de modo que el ejército ucraniano se embarcó en una guerra en el Donbass para intentar acabar con las milicias pro-rusas, en un conflicto que se ha alargado durante ocho años y que se ha cobrado la vida de cerca de 15.000 personas en dicha zona.
Y de aquellos polvos estos lodos, porque si hoy nos encontramos con afirmaciones gruesas que nos aterran, hay que decir que en la guerra del Donbass llevan años dándose. Así, el anterior presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, llegó a afirmar, respecto a la población prorrusa del Donbass que “nosotros tendremos trabajos, ellos no. Nosotros tendremos pensiones, ellos no. Nuestros hijos irán a escuelas y guarderías, los suyos tendrán que esconderse en sótanos”.
Unas declaraciones que ayudan a entender el origen del conflicto y lo que se estaba “cociendo” en el Donbass, donde el gobierno ucraniano cortó de raíz las pensiones a las que tenían derecho aquellos que habitaban en áreas controladas por las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, cuyo reconocimiento por parte de Rusia ha sido uno de los orígenes de la intervención de Rusia en Ucrania.
Sin embargo, si dicho reconocimiento como repúblicas independientes por Rusia, y la posterior petición formal de ayuda militar por parte de las mismas a la Federación Rusa hacía prever que el ejército ruso interviniese exclusivamente en el Donbass de cara a asegurar el control efectivo de la totalidad de los distritos de Donetsk y Lugansk por las milicias prorrusas, en una vuelta de tuerca Putin decidió ir más allá e iniciar la invasión de Ucrania en su conjunto.
Y es en este punto en el que entra en juego el segundo punto que ha esgrimido Rusia para acometer la invasión de Ucrania, que es el temor a que ésta pase a formar parte de la OTAN, tras haber ido ampliándose la misma con países de Europa del Este en los últimos años, siendo los últimos ingresos los de Montenegro y Macedonia en 2017 y 2020, a los que habían precedido Hungría, Polonia y Chequia en 1999, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia y Lituania en 2004, y Croacia y Albania en 2009.
No obstante, si bien es cierto que tras la revuelta del Euromaidán las autoridades ucranianas han declarado su intención de pasar a formar parte de la OTAN (de hecho, el propio Zelensky lo solicitó en declaraciones en la propia sede de dicha organización militar), lo cierto es que tampoco parece que hubiese indicios de que fuese a ingresar en la misma a corto plazo, habida cuenta que Occidente sabe que eso podría provocar una nueva ‘guerra fría’ y una escalada de tensión con Rusia.
En todo caso, en un contexto en el que Occidente aparece en algunos aspectos debilitado, el presidente ruso, Vladimir Putin, decidió embarcarse en una invasión hacia un país vecino, Ucrania, ayudado por otro, Bielorrusia, con las miras puestas en recuperar terreno e influencia dentro del tablero geoestratégico mundial, en el que pretende crear un nuevo polo de colaboración entre China, Rusia e India que se plantee como alternativa al occidental encabezado por Estados Unidos.
Y entretanto, más allá de jugadas del tablero geopolítico mundial, y con el incumplimiento permanente de acuerdos por uno y otro lado para que se minimicen las bajas civiles, la población ucraniana está pagando las consecuencias de una invasión ilegal (como también fueron ilegales, dicho sea de paso, las invasiones de países en Latinoamérica, Oriente Medio o Vietnam por parte de un EEUU que ahora se rasga las vestiduras, siendo también injustificables), recogiendo en dicho sufrimiento el legado de la población civil del Donbass, que lleva sufrido lo suyo ya en los ocho años de conflicto en la zona. Esperemos que, en esta ocasión, pueda haber altura de miras por Putin y Zelensky para encontrar una solución que corte de raíz el sufrimiento del pueblo ucraniano.