Las incidencias del covid19 nos tienen acostumbrados a hablar de diversas cuarentenas. Son prácticas frente al mal, y ciertamente muy efectivas.
Las cuarentenas se van quedando ya al lado. Pero parece interesante tenerlas en cuenta para entender de algún modo con perspectiva la realidad de la cuaresma.
La cuaresma es una práctica religiosa cristiana tradicional que tiene lugar cada año, y es en cierta manera una cuarentena preventiva, porque no se realiza como consecuencia de un contacto con personas afectadas por el covid, sino que la práctica es de un cierre de cuarenta días de preparación espiritual para la fiesta mayor de los cristianos, es decir, la celebración de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo, que ofreció su vida voluntariamente para nuestra salvación. Es la gran fiesta de la Pascua.
Tenemos entonces cuarenta días de preparación antes de la fiesta pascual. La cuaresma empieza con la celebración del miércoles de ceniza y termina en la tarde del Jueves Santo, antes de la conmemoración de la última Cena del Señor.
La cuaresma no son meramente unas fechas de calendario. Es un tiempo de conversión y de gracia, que se manifiesta en prácticas diversas, prácticas que se proclaman en el miércoles de ceniza y se realizan a lo largo de los cuarenta días.
El objetivo es la conversión personal y comunitaria, que trata de conocer más y agradecer a Jesucristo la generosidad en la oferta de su vida para nuestra salvación.
Las prácticas de conversión se expresan en tres líneas de actuación, bien marcadas en la liturgia de la celebración del miércoles santo: oración, caridad y penitencia.
La oración apunta directamente a la adquisición del conocimiento y de la conversión al Dios del amor. Oración que debe hacerse en lo secreto y no en público para presumir de nuestras virtudes y buenas cualidades, con lo cual desvirtuamos el valor de la oración y cegamos el camino para el verdadero encuentro con Dios.
La segunda práctica recomendada es la de la limosna, es decir la atención y la entrega a los necesitados de cualquier tipo, participando así en el amor y entrega de Jesucristo, sobre todo a la hora de su pasión, para cuya celebración nos preparamos. Con la recomendación también de que esta práctica tenga lugar en lo secreto, de modo “que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda”.
Y finalmente la penitencia, lo más inmediato y llamativo. Esa penitencia, que puede realizarse de múltiples maneras, ha quedado tradicionalmente, sobre todo en cuanto a manifestación exterior, centrada en la práctica del ayuno y la abstinencia. El ayuno es la privación total o parcial de toda clase de comidas. La abstinencia se refiere en este caso de la práctica religiosa cristiana a la privación de comer todo tipo de carnes, reduciéndose fundamentalmente las comidas a la ingestión de huevos y lacticinios, es decir, de productos de la leche.
Las prácticas del ayuno y la abstinencia han ido cambiando a lo largo de los tiempos, siendo más rigurosas en tiempos pasados y más relajadas en la actualidad. Los días dedicados al ayuno eran, sobre todo, los viernes de cuaresma y las vísperas de las fiestas mayores.
Es interesante constatar que el ayuno cuaresmal es practicado también en la cuaresma islámica, es decir, en el mes llamado “ramadán”. Y hasta pueden tenerse en cuenta las prácticas del ayuno laico que algunos practican semanalmente, o en otro periodo más o menos largo, con la intención de lograr una mayor salud, dicen.
En los países de misión, la cuaresma y sus prácticas forman parte de las enseñanzas de los misioneros y del ejercicio religioso de las comunidades cristianas. Evidentemente, mirando más que nada al seguimiento de la cruz y a la relevancia del amor de Cristo, que conmemoramos en la fiesta de la Pascua, en la que, por otro lado, suelen ser bautizados los nuevos catecúmenos.
Las prácticas cuaresmales nos unen en la universalidad del ser cristiano, caminando juntos, en la vivencia y en la práctica de la sinodalidad, en la que todos nos encontramos ahora implicados.
El Papa Francisco suele animarnos cada año con un mensaje oportuno, de acuerdo con las circunstancias que estamos viviendo. Este año nos invita a no desfallecer, a no cansarnos de hacer el bien. Nos invita, sobre todo, a insistir en la oración y en el ayuno, confiando que Dios se apiadará de nosotros y nos ayudará a superar las locuras de la guerra. Que así sea.