Incierto fue el inicio del “estado de vísperas”, que en algo así consiste la cuaresma cofrade, hace dos años: a las puertas del tercer domingo devino en “estado de alarma”. La del año pasado ya arrancó con la certidumbre de que cualquier tipo de manifestación externa de la fe durante la Semana Santa, por muy cautelosamente que se organizase, iba a ser boicoteada por la Junta de Castilla y León, y así fue, no por prudencia sanitaria sino por ese ramalazo autoritario con que se gestionaba entonces (pero todo muy centrista, eh). La cuaresma de este 2022 ha traído, con la ceniza penitencial, la invitación del Papa Francisco a orar y ayunar con el corazón vuelto a un “estado de guerra”. Siempre hay guerra en el mundo, atravesado por odios enquistados y devorado por ambiciones insaciables, pero es humano entenderla más cercana cuando estalla en el propio continente, y no es tanto guerra como invasión rusa de Ucrania, para hablar con propiedad.
Los aplazamientos inherentes a la pandemia han querido que este sábado, primero de la cuaresma, cuando las cofradías de la Semana Santa salmantina agrupadas en la Junta se reúnen para rezar el viacrucis, lo hagan precisamente ante el Cristo del Amor y de la Paz. El cincuentenario de la hermandad del Jueves Santo fue el 2 de febrero de 2021, pero es ahora cuando puede celebrarse con menores restricciones, y entre los momentos notables de las conmemoraciones se halla este ejercicio cuaresmal. Lo presidirá el nuevo obispo, será su primer viacrucis, a las siete de la tarde en la Catedral, y ojalá la circunstancia, la advocación, la invitación singular a orar por necesidades tan graves, sirvan para que esta convocatoria empiece a ser lo que naturalmente le corresponde, una cita de amplitud diocesana, en la que todos los creyentes se sientan comprometidos a acudir. Antes, a partir de las 17:45 h en San Esteban, el crucificado arrabaleño iniciará su traslado en procesión por la calle del Tostado y el bello entorno catedralicio.
El Dios-hombre elevado en la Cruz atrae a todos hacia Él, sea con el afecto del que lo contempla como un Todopoderoso que se abaja y se humilla, o con el desprecio del que lo ignora en una autoafirmación de sí mismo que un día sabrá errada. Mostrar la efigie en madera policromada de un condenado a muerte, y muerto con toda la crueldad de la que el hombre es capaz, no es ninguna reliquia cultural, por mucho que haya quienes a ello pretenden reducirlo. Ni tampoco un aspaviento de fe infantil, como no pocos en la Iglesia se han obstinado en arrinconar. Ponerse en la fila, con una cruz o una luz, del lado de ese Inocente violentado, ya cadáver, es grito de silencio en medio de un mundo que le da la espalda. Su Amor no es palabra hueca, ya que si es Amor es porque está crucificado. Su Paz no es tregua, ni pacto, ni componenda, sino verdadera renuncia al yo que se agranda cruel hasta imponerse a la vida del otro.
Ferreira Cunquero, en su pregón de la Semana Santa de 2015, abría paso al Cristo sintiéndolo como “la paz que en la paz encarnas, la vida con tu vida derramada sobre el leño…”. Esta tarde, aunque sin su renovadora compañía de blancas capuchas, ya más de cinco décadas escoltando su estampa desde la orilla izquierda del Tormes, volveremos a ver en las calles de Salamanca sus dos mejillas ofrecidas, modelo de humildad, pero también sus brazos extendidos en rescate por todos, en legítima defensa de su pueblo, salvado de la muerte del pecado. Amor y Paz es su Nombre en estas vísperas, cuando todos somos tentados, cada uno en nuestra medida, con el mundo que se nos pone a nuestros pies. Basta mirarlo para recordar que sólo ante Él, que se humilló a sí mismo hasta una muerte de cruz, hemos de doblar nuestras rodillas.