Por fin, lo que nadie quería que ocurriera, paradójicamente, al finalizar los Juegos Olímpicos de Invierno para que los amigos chinos no se enfadaran, ocurrió: el maldito Putin de los… lereles invadió Ucrania. Y ante tamaña salvajada solo cabe sentir miedo: el miedo de las familias que tienen que huir con lo puesto y sin saber dónde; el miedo de las que tienen que quedarse expuestas al hambre, al frío, a la terrible angustia de los bombardeos, de las sirenas que anuncian muerte y de los refugios que ni siquiera saben si son seguros; el miedo de los hombres que son obligados a convertirse en muertos o en asesinos; el miedo de los que son detenidos y sometidos a barbaridades que frío da imaginar por manifestarse en contra; el miedo de los niños que se quedan huérfanos, heridos, traumatizados, porque en lugar de jugar a las guerras con sus pistolas de agua para matar enemigos que siempre resucitan, el Putin de los diablos, aunque nadie quería que lo hiciera, los ha convertido en juguetes con los que juega a matarlos de verdad. Y vergüenza: vergüenza de que a dos décadas del siglo XXI se sigan haciendo guerras en nombre de dioses, de la libertad, de la democracia, y otros despropósitos más propios de bestias que de humanos; vergüenza de que a dos décadas del siglo XXI se sigan resolviendo los problemas del hambre, del desempleo, de la inmigración, y otros problemas a golpe de bombazos para que nos dejemos de darles guerra con estas monsergas; vergüenza de que a dos décadas del siglo XXI sigan llamando limpieza étnica a los asesinatos masivos, liberación a la destrucción, salvaguarda de los valores patrios al fanatismo y defensa de los enemigos a lo que se llama, simplemente, matanzas de hombres, mujeres y niños inocentes; vergüenza de que a dos décadas del siglo XXI se sigan creando conflictos para organizar guerras que impidan la quiebra del lucrativo negocio de las armas; vergüenza de que a dos décadas del siglo XXI se sigan fabricando armas para proteger a los pueblos y las utilicen para destruirlos; vergüenza de que a dos décadas del siglo XXI, para salvar la paz, sigan recurriendo a las guerras, y los que las hacen siempre se pongan a salvo.
También rabia, mucha rabia, rabia porque hasta los pueblos más pobres trabajan mucho para proteger a los gobernantes y enriquecerlos a ellos y a sus familias, y en lugar de agradecer tantos sacrificios, tantos esfuerzos, tantas privaciones, no dudan en enfrentar a unos con otros para justificar guerras que, las pinten del color que las pinten, no tienen justificación.
Alguien me dijo una vez que la política era una mafia. Ante esta tragedia, como ante todas las guerras, cuesta pensar que estaba equivocado.