OPINIóN
Actualizado 27/02/2022 09:28:13
José Luis Puerto

Todos estos días pasados, nos parecía estar asistiendo, debido a la escenificación pública de la crisis de uno de nuestros partidos más importantes, con hilos gruesos utilizados de corrupciones y espionajes –en realidad, distintas estrategias de toda una lucha por el poder–, a un sainete carnavalesco.

Pero, más allá de ello, venían a nuestras mientes, algunas de las geniales escenas que Ramón del Valle-Inclán creara en la que acaso sea la obra dramática más emblemática y arquetípica de nuestra contemporaneidad, como es Luces de bohemia.

Y, en medio de la turbamulta de los acontecimientos, nos parecía seguir oyendo, por sobre el ruido y la furia, las palabras proféticas del bohemio Max Estrella, su protagonista: “España es una degeneración grotesca de la civilización europea” (citamos ahora de memoria). Ay.

Los episodios de estos días parecían seguirle dando la razón a Valle-Inclán. Porque, en el fondo, nuestro país, históricamente, al contrario que Francia y que otros países europeos, debido a distintas zancadillas que hemos estudiado en los manuales desde nuestra adolescencia, no ha accedido plenamente a la modernidad. Arrastramos rémoras del antiguo régimen, que aparecen y reaparecen de continuo.

De ahí la importancia de la democracia y su buen funcionamiento, para que podamos ponernos a la hora del mundo europeo y occidental al que pertenecemos. Y de ahí, por ello, del estremecimiento que producen los hechos de estos días pasados, un verdadero sainete carnavalesco, que ya creíamos que pertenecía a nuestro pasado.

Como un enorme estremecimiento e indignación nos produce la invasión de Ucrania, ordenada por el presidente ruso, que pone en peligro a Europa y lo que Europa significa: libertades y democracia, respeto de los derechos humanos, defensa de la dignidad de los individuos.

Europa y democracia, democracia y Europa. Ese es el tándem que nos protege, que nos humaniza, que nos hace avanzar en la historia y que nos libra de todo retroceso hacia una barbarie que, desgraciadamente, padecen –por causas bien conocidas por todos– millones de seres humanos.

De ahí que nos apene tanto y nos estremezca ese sainete carnavalesco –nacional e internacional– al que estamos asistiendo como testigos estos días. Y nos estremece, porque puede tener, para desgracia de todos, consecuencias trágicas, retrocesos que no nos merecemos.

Porque siempre hemos de estar a favor de la fraternidad y del humanismo, y contra toda violencia y toda guerra.

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