OPINIóN
Actualizado 23/02/2022 15:43:44
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Román Durán Hernández reflexiona sobre la libertad tomando como hilo de partida un hecho personal en torno al intento de golpe de Estado de Tejero

Ahora se cumplen 41 años de uno de los hechos históricos modernos más ridículos y esperpénticos: el intento de golpe de Tejero.

Después de aquella fecha, amigos próximos a la Administración me confirmaron que mi nombre estaba en la lista de los amenazados si el golpe hubiera triunfado.

No sé si la lista esa debería haber sido objeto de investigación o no, pero a los que hemos clamado con oportunidad o sin ella -como diría San Pablo- por la libertad, se nos incluya, nos parece lógico. Todos tenemos que arrastrar las consecuencias de nuestras actitudes.

Yo a la muerte nunca le he tenido miedo. Somos viejos vecinos. Es el reverso de la vida, y por tanto, tan válida y rotunda como ella. La mayor parte de los libros que me entusiasman, las ideas que me elevan o los recuerdos que me animan, fueron creados por manos o por mentes que ya están enterradas. En ocasiones el trabajo de vivir es tan duro que uno se remite y descansa en las almohadas de la muerte. Pero ha de ser con tiento: la única manera apetecible de morir es estando bien vivo. Morir ya medio muerto, es decir, careciendo de libertad debe ser una lástima. El hombre sano es el que mejor duerme, porque las células promotoras del sueño (el sueño es algo activo y no un abandonarse- son combativas y exigentes. Así, el hombre que vive en plenitud es el que mejor muere.

Me asombraba que algunos amigos me dijeran que debería escribir sobre dicho golpe, porque no era del irrisorio golpe sobre lo que yo debería escribir, sino de esas circunstancias del alma –anteriores o posteriores- a cualquier golpe, que lo imposibilitaban o lo posibilitan; de una tensión que se afirma o se niega, que constituye el auténtico tejido del corazón humano, tan semejante al tejido que todos los días Penélope destruía para reconstruir.

Por aquellos días cayó en mis manos una fabulosa obra de Antonio Gala, un hermoso canto a la libertad: ‘El Cementerio de los pájaros’. Siempre me fascinó ver como el alma de cada ser humano alberga, entrecruzado, el apasionado deseo de la libertad y también el amor a la libertad. En el alma de los pueblos –de los pueblos que tienen alma- ocurre de igual modo. Cuando Kierkegaard definió la angustia como el temor a lo que se desea, acaso pensó en ello. Porque la inmensa libertad coincide con frecuencia con la angustia, y entonces se suscita uno de los asuntos dramáticos de la humanidad, en esta y en muchas horas.

Los crímenes más claros de lesa humanidad son el que da la muerte y el que arrebata la libertad. Más inhumano aún el segundo, que enjaula la esperanza; que, después de matar a los pájaros, los diseca. Nada más triste que la falsa vida, la imitada vida de un pájaro disecado: alza las alas imitando el vuelo; toma la posición del anto; copia el color, al ansía, el júbilo, detenidos y abolidos para siempre. En esa muerte maquillada consiste la más insufrible de las maquinaciones y de las ofensas. Donde estuvo –o pudo estar- el fervor de los trinos, el aleteo de las ilusiones, el alto cernirse de los ideales, está sólo el silencio de los picos fingidos y la ceguera de los ojos de cristal. Está sólo el cementerio de los pájaros.

Asesino pues, quien dispara contra la libertad. Pero suicida quien se resigna, sin morir en la brega, a que se le esclavice. Por muy absolutas que sean las fuerzas opresoras, por muy sedicentes divinas o sedicentes humanas, ningún hombre puede abdicar a su derecho de elegir, ni de su responsabilidad por haber elegido. Esa gloriosa dificultad es lo que nos define. “Yo conozco unos pájaros que nunca se alcanzan, ni a tiros ni a pedradas, y que de repente, ellos mismos vienen y se te posan en las manos trinando. Unos pájaros que nadie sabe dónde tienen sus nidos. Y no están muertos, sino que cualquier aire puede herirlos, porque son delicados y mortales lo mismo que nosotros”. Esas palabras de un personaje de la obra de Gala justifican el amor a la libertad y la falta de temor a la muerte: la libertad y la muerte configuran la vida.

Querer ser libre es estarlo siendo ya, porque la intimidad del hombre no resiste cadenas ni mordazas. La libertad es tan intangible patrimonio del hombre, que mientras quede alguno que no sea libre, no seremos de verdad, libres nadie. Y es que la libertad se necesita hasta para negarla, hasta para negarse a ella y renunciar. La helada protagonista de la obra de Gala afirma: “Quedarse solos es el primer riesgo de ser libres”. Pero, ¿está sólo quién conoce la razón de su lucha, quién sabe qué, donde lata un corazón humano, se levantará, frágil, quebradizo y osado, el verde retoño de la libertad? Del cementerio donde la vida haya sido aherrojada se escapará, en el momento final menos pensado, una indefensa vida nueva dentro. Aunque la tiranía que pretendía sustituir a otra triunfe; aunque aseste su arma y dispare contra la libertad. Nuestra historia es una carrera de relevos y el testigo que nos pasamos es la consigna de la libertad.

Por eso solito a los lectores que lean ‘El Cementerio de los pájaros’, que reconozcan a los personajes, que se reconozcan quizá en los personajes; se debatan, sufran y se rebelen con ellos. Porque el alma de la cruel protagonista sólo podremos abatirla entre todos, descargarla entre todos; porque a todos nos hiere su disparo, no únicamente a quienes una supuesta lista apunta y amenaza. Porque mis escritos no pretenden ser un vaticinio, sino una invitación a la cordura, a la generosidad y el respeto hacia la vida: hacia toda, hacia cualquier vida.

Román Durán Hernández

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